Enrique Ubieta Gómez
Durante uno de mis frecuentes recorridos por
otras provincias del país, en los que suelo departir con profesionales y
estudiantes universitarios, y me rearmo de ideas y de argumentos que no siempre
me respaldan, pero enriquecen los míos, surgió una afirmación sobre la que he
largamente meditado. Creo que aborda de frente un problema esencial,
insoslayable, de cuya solución dependen otros muchos. Mi interlocutora de
ocasión lo abordó sin ambages: “yo no asumo que el capitalismo sea mi enemigo,
dijo, creo que el capitalismo tiene cosas buenas y cosas malas, y que el
socialismo tiene cosas buenas y cosas malas.” No es la primera vez que escucho
esa frase, asociada a la idea de que debemos juntar “lo bueno” del capitalismo
con “lo bueno” del socialismo, idea que malinterpreta el sentido de los
Lineamientos aprobados por el Congreso del Partido.
Sin embargo, lo que en mi
opinión constituye un dislate no es la afirmación de que el socialismo tiene
cosas “malas”, aunque la frase no sea del todo exacta; de hecho, hablar del
socialismo solo es posible desde la experiencia histórica, y ésta es pródiga en
caminos falsos o fallidos, en aciertos y errores. Pero, ¿qué es el socialismo? No
es –digámoslo desde la negación–, un lugar de llegada, es más bien un camino
hacia otra parte, hacia otro “mundo” que hoy parece imposible, pero que los
revolucionarios hacen, que las revoluciones harán posible. El punto de partida
de ese camino, tantas veces buscado, incierto pero inevitable, es el
capitalismo, y por él se avanza negándolo. Y a veces se regresa, si no pudo
ser desde cierta perspectiva –el comunismo solo será
si coincidimos todos en él, pero es necesario avanzar lo que podamos–, para
negarlo desde otra. El camino
es un permanente tanteo de negación, es decir, de superación.
El error es creer
que el capitalismo, como sistema, tiene cosas “buenas”. ¿A qué se refieren? Si
el desempleo o el hambre que nos ronda, que nos espera al menor descuido,
elevan la productividad del trabajo, ¿eso es bueno? El capitalismo no son
“cosas”, como zapatos bonitos, o luces de neón; son relaciones depredadoras de producción. Su esencia es el mercado, la producción de mercancías. Y para
esa obsesión, existe un complemento: el consumismo. La cultura del tener. Los
objetos no están al servicio de las personas, porque las personas existen para
poseer objetos, para exhibirlos. Yo me presento y no digo, por ejemplo, me
gusta el color azul. El cielo es azul, pero es gratis, no tiene valor de cambio.
Llevo un traje azul de marca Armani, muy caro. El traje dice: el portador es un
hombre importante. Necesito el traje, el reloj de oro, el auto de lujo, para
que la gente me valore. No es suficiente la posesión, es imprescindible la
exhibición.
El socialismo no son aciertos y errores, no son caminos desechados
o retomados; son relaciones de producción socializadoras, participativas. Su
esencia es la solidaridad. El principio de que cada quien entregará a la
sociedad lo que su capacidad permita, y recibirá de esta según su aporte. La
cultura del ser. Ser, no es una palabra grandilocuente. Me presento desnudo, por mis
gustos, virtudes y defectos. Los objetos me sirven. Consumo,
desde luego; aspiro a una mejor calidad de vida –el socialismo no es carencia,
no es sacrificio–, pero no soy consumista; no necesito el último modelo, sino
aquel que satisfaga mis necesidades. Hay individualidades que cultivan el ser en
el capitalismo; hay individualidades que se aferran al tener en el socialismo.
La cultura del ser es una especie de contracultura que el capitalismo genera. Lo
bueno del capitalismo es que incuba la posibilidad del comunismo. Lo malo del
capitalismo es que no admitirá jamás indiferencia, ni terceras vías. Si decimos
que no somos su enemigo, él será nuestro enemigo, y nos hará cómplices o víctimas.
Fidel suele decir que la batalla hoy es de ideas, es cultural. La modernidad
capitalista agota rápidamente los recursos del planeta, y no hay otro. Pobres y
ricos navegamos en la misma nave. Si naufragamos, todos perecemos. El
capitalismo sí es el enemigo.
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