viernes, 27 de septiembre de 2013

El striptease político de Obama

Omar Rafael García Lazo
Hace unos días asistimos en la ONU a un striptease político. Como todo espectáculo, tuvo su cadencia progresiva y su momento clímax, en la medida en que el protagonista, el Presidente de EE.UU., en un acto casi perfecto, fue mostrando sus esencias imperiales.
Barack Obama llegó al podio de la ONU con una corbata azul bien anudada. Evitó la energía y la fuerza del rojo y prefirió la estabilidad y la profundidad del azul. Sin embargo, el contenido de sus palabras distó de la profundidad de un estadista y de la fuerza de un líder. En el podio de la desvencijada ONU, habló simplemente el representante de la gran potencia.
Esperar otra cosa de él hubiese sido caer en el error de aquellos que, desesperados, quisieron ver una esperanza en la decisión del establishment estadounidense de poner un joven abogado negro en la Casa Blanca.
Sin embargo, hubo un matiz. Podría, incluso, llamarse “el matiz de Obama”. Esa característica suya de intentar congeniar sus capacidades intelectuales y proyección oratoria con el contenido imperativo e imperialista de una potencia que trata de recomponer su hegemonía internacional. Pero esta vez Obama pareció haber llegado al límite de sus posibilidades hipnotizadoras. Su discurso en la ONU fue simplemente cínico.
El Emperador tejió sus palabras con altanería y arrogancia, y como un mandato insoslayable ante cualquier micrófono, recalcó que seguirá fomentando “la democracia, los derechos humanos y la apertura de los mercados” al estilo estadounidense. Tres objetivos generales de la política exterior yanqui que sirven de base ideológica a sus acciones intervencionistas. Para lograrlo utilizarán “todos los recursos” que estén en sus manos “incluyendo la fuerza militar”. Esta sarta de metas y dogmas seguirá flotando, como una condena, sobre el Medio Oriente y el mundo.
Respecto a Siria dejó claro el chantaje y la amenaza: si no hay una resolución sobre las armas químicas de Damasco que contemple el uso de la fuerza, la ONU habrá demostrado su incapacidad. Entonces, ¿qué hará Washington? Por ahora, solo patalear, pues los rusos han dejado claro que no quieren alusiones guerreristas en el documento.
Sobre el responsable del uso de gas sarín el 21 de agosto fue enfático: “el régimen sirio”. Y aseguró tener “pruebas aplastantes”  para demostrarlo, solo que  parece que están guardadas en la misma caja fuerte donde Bush escondió las evidencias sobre las bombas de Saddam. Y para que no reparáramos en detalles, continuó su desnudo moral en torno al mástil de la pasarela.
En un giro oratorio inimaginable, identificó al programa nuclear de Irán y al conflicto israelo-palestino como dos de las causas de la inestabilidad en la región. Obama trató de ocultar la impotencia que el Imperio rumia por la firmeza de la República Islámica. Llegó a decir que respeta el derecho iraní a usar energía nuclear con fines pacíficos y que apelará a la diplomacia para solucionar el tema. Hoy no tiene alternativa, vista su incapacidad disuasiva frente a Teherán, al que tal vez intente alejar de la alianza que mantiene con Siria y Hezbollah.
Inverosímil fue su ejecutoria cuando mencionó el conflicto israelo-palestino. Fue sumamente difícil encontrar una coma distinta, algún matiz singular en sus palabras. Para Obama los palestinos tienen la paz en sus manos, solo tienen que dejar de lanzar cohetes, aceptar las colonias y seguir negociando. Y aseguró que Israel llegó para quedarse, que EE.UU. continuará apoyando su existencia como “estado judío” y también, claro, el de Palestina. Pero no dio más detalles de cómo lograr “la difícil senda de la paz”.
El resto del discurso estuvo cargado de líneas de mensajes, posturas definidas y consignas reiteradas, aderezadas con el uso intencionado de símbolos y valores humanos contrarios a la práctica de su gobierno, aunque llamó la atención el desenfado con que deslindó a los “extremistas” y la “oposición moderada” en Siria de los “terroristas” en Afganistán y Mali.
Pero perecía que ya estaba totalmente desnudo y no había nada más que ver cuando llegó el momento clímax, el paroxismo erótico-imperial, los puntos sobre las íes, o como dijera cualquier abuelo: la desfachatez. De repente, en plena actuación, hizo volar por el aire una última pieza que cubría el milímetro de decencia que le quedaba.
De una forma descarnada y natural nos sonó en el rostro que “EE.UU. a veces trabaja con gobiernos que no están a la altura de las expectativas internacionales más altas, pero están con nosotros en la defensa de nuestros intereses fundamentales”….Y llegó a reconocer que algunos podrían llamarle “hipócrita”.
Franklin D. Roosevelt mostró igual desvergüenza (pragmatismo le llaman ellos), cuando dijo algo parecido décadas atrás, aunque con menos hondura intelectual. Refiriéndose al dictador nicaragüense Anastasio Somoza expresó: “puede que sea un hijo de p…, pero es nuestro hijo de p…".
Obama se ha desnudado, aunque hace ya algún tiempo andaba bastante descubierto. Sus vericuetos lingüísticos son cada vez menos elaborados. La situación le exige retomar la iniciativa política, aunque eso implique  renunciar a las ligeras prendas morales que lo mostraban como un demócrata. El establishment manda y hay que dejar el falso pudor. ¿Todavía alguien lo duda?

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