Está bien que se dedique cada 10 de diciembre al recuerdo de una firma consagratoria, la que dio vida a la Declaración de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Durante muchos años fue absolutamente ignorada e incumplida. Ahora sigue siendo incumplida, pero en los últimos años de la Guerra Fría empezó a ser manipulada mediáticamente contra los países socialistas. Los países que la manipulaban la incumplían, desde luego. Los cubanos, que hemos hecho tanto por los derechos humanos --dentro y fuera del país--, la festejamos también, sin hipocresía. Pero no quiero olvidar otra firma que tiene igual fecha en el calendario, aunque es más vieja: la del traicionero Tratado de París de 1898, que puso fin a la guerra hispano - cubano - americana e impidió el triunfo del proyecto de nación del Partido Revolucionario cubano, el de José Martí y Antonio Maceo. En esa firma que decidía el futuro de Cuba no participó nigún representante del ejército libertador cubano ni de la República en Armas, aunque el traductor oficial de las conversaciones palaciegas había nacido en la isla, y fue uno de los primeros en utilizar para sí el calificativo de cubano-americano: me refiero al anexionista José Ignacio Rodríguez. El mismo hombre que intentara disminuir la trascendencia histórica de José Martí y que conspirara después, durante la primera ocupación norteamericana, con los líderes del Partido Liberal Autonomista para impedir el triunfo de lo que llamaban "la Absoluta", es decir, de la independencia absoluta. Dos firmas estampadas un 1o de diciembre.
Hoy en la mañana impartí una conferencia sobre Identidad, cultura y nación en la Casa de la Cultura de Alamar. Pero no me voy a perder por la tarde el conversatorio de Alfredo Guevara en el Pabellón Cuba. Ya les contaré.
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