Los militares no se molestan por ello; saben que cada quien se comporta según el buen guión de una democracia, y que los políticos deben decir lo que deben decir. Pero los medios, ah los medios, empiezan a tejer largas, delgadas e inofensivas telarañas, que terminan por enredarnos, por inmovilizarnos. Pongo un ejemplo, CNN –como ven, hablo en grande--, empieza diciendo que el presidente hondureño fue “detenido” por los militares, no dice que fue “secuestrado” (y ellos sí dominan el idioma), hasta que resulta imposible el escamoteo de los términos. Pero no se rinden: esa es su misión. Entre noticias de aquí y de allá, empieza a infiltrarse una noticia: “el presidente depuesto no respetaba la legalidad”; si somos observadores la veremos crecer con la misma alegría con la que crece cualquier criatura viviente. Hasta que se traga a la noticia de partida: el golpe de estado vuelve a convertirse en arresto judicial. Los militares cumplían órdenes de los tribunales.
Mientras, los golpistas nombran a un nuevo presidente y a su gabinete. Todos los estados del mundo lo desconocen –hasta Obama, ese es el papel de los políticos en una democracia--, pero la CNN subrepticiamente empieza a referirse a Zelaya como ex presidente y a Patricia Rodas como ex canciller. Bien, pero puede pasar que el truco no funcione, o que funcione a medias. Sobran los recursos. Por ejemplo –y los últimos acontecimientos en Honduras nos proporcionan tantos ejemplos, que cualquier maestro de escuela podría impartir un curso completo con ellos--, la CNN y los grandes medios repiten una y otra vez que todo está en orden, que la resistencia es mínima y se limita a “organizaciones sociales de izquierda”. Hablan de la perniciosa influencia de Chávez y de Fidel. Las imágenes muestran calles solitarias, y soldados que cuidan la tranquilidad ciudadana ante la irreflexiva actitud de los extremistas. Los enfrentamientos entre manifestantes y soldados, los arrestos y los heridos, no se televisan, es decir, no existen. Los canales locales –sucursales de CNN y demás medios imperiales--, trasmiten muñequitos, y la CNN “se hace la loca”. Cuando ya han arrestado o secuestrado (elija usted el término correcto) a más de 160 líderes populares, y dispersado a los manifestantes de la capital –los del interior, sin información, se dan cuenta de lo sucedido muchas horas después--, el nuevo “presidente” convoca a una manifestación de respaldo a su nombramiento. Entonces las calles elegidas se llenan de cámaras de la CNN, siempre en pos del mejor perfil. El dictador de facto hace entonces lo que debe hacer un político en esos casos y levanta el brazo en señal de victoria, como si acabase de ganar las elecciones. La pantalla del televisor se llena de multitudes que vitorean al usurpador, mientras que en un recuadro inferior, el genuino presidente hace sus descargos. Hay un instante en que usted no sabrá ya distinguir quien es el presidente constitucional y quien de los dos hombres, Micheletti o Zelaya, es el autor del golpe de estado. El espectáculo alcanza su clímax cuando Micheletti --¿todos los dictadores llevan apellidos italianos?--, clama desde la tribuna, como corresponde a un político: ¡viva la democracia!
Pero no quiero hacerle perder tiempo. He descrito las funciones de cada actor en una "democracia", pero no he dicho lo más importante: nunca preste atención a lo que dicen los políticos, eso es irrelevante. Si usted quiere saber cuál es la verdadera opinión de Obama u otro presidente del grupo de los que cuentan (ya sabe a qué me refiero), escuche lo que dice CNN, lea la prensa norteamericana, que es como decir, lea la gran prensa de cualquier estado. Ahora viene mi advertencia: esa prensa está preparando las condiciones para presionar un acuerdo que mediatice el regreso de Zelaya. Quiero decir, que más allá de su carisma y de sus palabras de afecto, Obama se explica más claramente en la voz de sus medios, porque para eso son los políticos y para eso son los medios, en una “genuina” democracia. Y Obama también quiere aplastar la insurrección latinoamericana.