La vicepresidenta del Congreso hondureño ha confesado frente a las cámaras de CNN, que su “respetable institución” viene discutiendo la situación nacional –es decir, las tácticas que ha seguido la oligarquía hondureña en el enfrentamiento al gobierno legítimo de Zelaya--, desde hace un mes, con la presencia casi permanente del embajador norteamericano. Es el mismo embajador que no salió al teléfono cuando, secuestrado ya el presidente Zelaya, recibió una llamada de la canciller de ese país, Patricia Rodas. Horas antes de ser también secuestrada, la ministra había dicho que no sabía cual era la reacción del gobierno de Estados Unidos, porque “el embajador de Estados Unidos no nos contesta al teléfono”.
La confesión de la vicepresidenta del Congreso quizás sea un “desquite”, porque Estados Unidos alentó los incidentes de hoy, pero tomó distancia a última hora. El visto bueno de Washington no llegó hace unos días como se preveía, al punto de que el propio Zelaya había declarado a El País que “si sigo aquí es gracias a que Estados Unidos no apoyó el golpe”. Declaración de por sí implicante, en un país donde nada se hacía sin el consentimiento de la metrópolis. Pero o los militares hondureños y la oligarquía antinacional se tomaron “atribuciones”, como si fuesen independientes o la instrucción secreta de
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