“El único modo de vencer el imperialismo
en los pueblos mayores, y el militarismo en los menores,
es ser todos soldados.”
José Martí.
Esta mañana ha sido de duro aprendizaje para el pueblo hondureño, y en general, para todos los pueblos latinoamericanos: el siglo XXI no es en sí mismo una panacea que abolirá para siempre las prácticas retrógradas de las oligarquías que durante siglos han detentado el poder en nuestro hemisferio, ni del imperialismo que lo ha utilizado y vapuleado a gusto y conveniencia como su patio trasero.
Cuando el 13 de abril de 2001 el pueblo venezolano, luego de dura lucha y al precio de numerosas vidas de sus mejores hijos, restituía a la vez a su presidente, Hugo Chávez Frías, y con él el orden constitucional en la patria de Bolívar, creíamos haber asistido a la última asonada golpista llevada a la práctica en nuestras repúblicas americanas, y que tales prácticas quedarían en la historia como una triste tendencia del siglo XX.
A pesar de las reiteradas denuncias del propio presidente Chávez y más tarde, del presidente boliviano Evo Morales, sobre planes de reincidencias golpistas por parte de sectores oligárquicos de sus países, secundados por vetustas jerarquías militares, muchos no creían posible que tales planes se llevaran a efecto y aún otros tildaban de exageradas las declaraciones de ambos mandatarios, cuando no de ser un argumento o una “finta” política para mantener determinado estado psicológico en la población que resultara favorable para la implementación de las políticas de sus gobiernos.
Sin embargo, esta mañana hemos despertado en medio de una terrible lección, cuya didáctica aplastante no admite dudas: el golpismo es todavía una amenaza latente para los gobiernos que han llegado al poder, no como fruto de componendas y arreglos de camarillas, sino apoyados por los movimientos sociales que nuclean a las grandes mayorías de nuestros pueblos. Para quienes creían que habían quedado atrás los días de la teoría marxista como fundamento científico de los oprimidos de este mundo, vuelven a manifestarse con fuerza inexorable los fundamentos de la lucha de clases. Vuelve a manifestarse en su dura crudeza aquella verdad rotunda de que los poderosos no entregarán sus privilegios mansamente, sino que, aferrados a ellos serían capaces de masacrar no importa a cuántos de los que se les opongan. Nuestros pueblos han debido aprender en el fragor de las batallas sociales y políticas de este tiempo que tampoco en el siglo XXI les será regalado ningún derecho por los que ostentan el poder económico; que cualquier demanda de justicia deberá ser defendida con valor y firmeza de forma sostenida, como lo hace en este momento el pueblo hondureño, porque la justicia no se defiende sola, ni las conquistas se sostienen per se una vez alcanzadas. La lucha infatigable, disciplinada y consciente, será la única garantía que tendremos siempre los pueblos para nuestros derechos.
Ante la faz del mundo se ha producido este nuevo atropello a la legalidad de una nación, y una vez más han sido sus propios hijos, vistiendo el uniforme militar, quienes han asestado el golpe artero contra el pecho de su patria. Cada golpe militar contra los poderes constitucionales de un Estado es una manifestación de las anomalías que padecen los sistemas educacionales de esos Estados. Es difícil que un ciudadano educado en el amor a su país y a su historia, que conozca el devenir del pueblo del que nace, no importa en cuál de sus estratos sociales, pueda volver los cañones de sus fusiles contra su propio pueblo.
Pero de todo esto muchas son las lecciones que se derivan. A saber, que la realidad de Nuestra América realmente ha cambiado a favor de las mayorías desposeídas; que los líderes latinoamericanos surgidos al calor de estos nuevos tiempos han sabido asumir certeramente y sin ingenuidades su papel, y que su evaluación de la realidad política del mundo es clara y objetiva; que esa nueva realidad americana ha condicionado también las posiciones públicas de gobiernos foráneos otrora impune y descaradamente aliados a este tipo de acciones; que por primera vez en la historia de este continente no solo los pueblos sino también los gobiernos se unen prontamente para enfrentar esta afrenta a una de las naciones hermanas, y que a nuestros pueblos ya no habrá quien vuelva a humillarlos y a vejarlos de nuevo, porque han descubierto por sí mismos esa verdad tremenda que viene repitiéndose generación tras generación: ES MEJOR MORIR DE PIE QUE VIVIR DE RODILLAS.
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