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De todos los mitos humanos, dos parecen marcar la simbología americana: tierra de utopías, tierra de Quijotes. Una enigmática frase había sellado la vida del Libertador: “Jesucristo, don Quijote de la Mancha y yo hemos sido los más insignes majaderos de este mundo”. Tres encarnaciones humanas de la lucha por la justicia y la libertad, tres nombres que saltan una y otra vez del texto a la vida y viceversa: Jesús, cuya existencia “histórica” es recogida en la Biblia, el mayor de los libros; el Quijote, que abandona doblemente el libro del que es originario –el personaje Alonso Quijano se transforma por sus muchas lecturas en Don Quijote, Caballero Andante; pero Don Quijote, adquiere vida propia fuera del libro escrito por Cervantes–, y finalmente Bolívar, inspirado en Jesucristo y en el Quijote, a punto de entrar en los libros de historia. Fe, poesía y voluntad, tres componentes de la historia que configuran la vida humana. Pero antes, el propio Napoleón –personaje nada quijotesco–, juega una doble función histórica: advierte los primeros atisbos de quijotismo en Miranda, el Precursor, e inspira el deseo de quijotesca gloria en Bolívar.
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"Don Quijote no llevaba consigo blanca, ni se preocupaba de ello, porque ‘él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno las hubiese traído’ (capítulo III). Bolívar dice: ‘yo no quiero saber lo que se gasta en mi casa’ [...] y renuncia [a] los millones en metálico que decreta para él la gratitud de los pueblos. No. Los servicios de un Don Quijote no pueden ser pagados con dinero. Pero para renunciar a millones, en pleno siglo xix, se necesita ser un Don Quijote de buena ley, genuino. Washington, que no lo era, aceptaba las modestas dádivas de su país".
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Aunque menos quijotesco que Bolívar y desdeñoso de la gloria humana, José Martí, gran bolivariano, tuvo al manchego como uno de sus héroes favoritos. Ya para entonces las campañas bolivarianas eran narradas entre los americanos que aún no eran libres, como mismo se contaban las proezas de la Revolución francesa y las primeras victorias napoleónicas en tiempos del joven Bolívar. Es revelador el pasaje en el que Martí describe a la familia del general Máximo Gómez y se refiere a las lecturas de su hijo mayor, muerto después en combate:
“'Y yo que me tendré que quedar haciendo las veces de mi padre!' dice con la mirada húmeda Francisco, el mayor. Máximo, pálido, escucha en silencio: él se ha leído toda la vida de Bolívar, todos los volúmenes de su padre; él, de catorce años, prefiere a todas las lecturas el Quijote, porque le parece que 'es el libro donde se han defendido mejor los derechos del hombre pobre'”.
Francisco Gómez Toro, a los catorce años, había leído ya lo escrito sobre las quijotescas campañas libertarias de Bolívar en América y las de su padre en Cuba, porque entre todos los libros, prefería el Quijote, texto capaz de engendrar vida, de encarnar en nuevos héroes como Simón Bolívar o Máximo Gómez. En un discurso de homenaje a Centroamérica, Martí reconoce el carácter subversivo que adquiría la lectura de ese libro para los americanos: “…a tiempo que entraba en la ciudad la hilera de indios, con la frente ya hecha al mecapal de la bestia de carga, […] el ministril se llevaba preso a un criollo, porque leía el Quijote”, dice. Esa preferencia por la lectura del Quijote de los revolucionarios en diferentes épocas, se repite hasta nuestros días. Puedo citar de ejemplo a Ernesto Che Guevara, cuyo título de Guerrillero Heroico es de la misma estirpe que los de Libertador y Caballero Andante. Desde el Congo, donde se encontraba luchando, escribe el Che a su esposa Aleida March, el 14 de agosto de 1965: “Estoy manejando aceptablemente bien el idioma, [...] voy a ser catedrático del Capital [...] a fuerza de releerlo (cada vez con más gusto, como el Quijote)…”.15 Esta vez los libros de cabecera son El Capital de Carlos Marx y Don Quijote. Pero ninguna otra frase tan clara y reveladora como la que le escribe a los padres en su conocida despedida de marzo de 1965: “Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo. [...] Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades”. Pudo haber dicho o pensado el Che lo mismo que Bolívar –y agregar al listado nuevos “majaderos”– en aquel cuartucho de La Higuera donde encontró la muerte: Jesucristo, Don Quijote, Bolívar, Martí y yo.
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