jueves, 4 de junio de 2009

La Calle del Medio en su número fatídico

Hoy nos reunimos colaboradores y lectores (escritores, periodistas, informáticos, amas de casa, ingenieros, biotecnólogos, trabajadores de diversas ramas) de La Calle del Medio en un local del Centro de Prensa Internacional, para discutir aciertos y carencias de la publicación. Fue una menera hermosa y útil de celebrar el primer aniversario de la revista. Jorge Ángel, que no pudo asistir, me envió este texto --presentación del número último, que el lector puede bajar de la columna derecha del blog--, para ser publicado.

LA CALLE DEL MEDIO EN SU NÚMERO FATÍDICO

Jorge Ángel Hernández

Luego de merecidas, acaso discretas celebraciones por su primer aniversario, La Calle del Medio aparece en el número que suma uno al doce; considerarlo “impronunciable” en su Editorial, cuyo pícaro referente, de inmediata decodificación por una inmensa mayoría de cubanos, usuarios naturales del habla popular, marca una pista de hasta qué punto este tema está pidiendo acercamientos objetivos, con valores científicos que no despeguen sus plantas de la tierra. Por suerte para muchos de los que no acudíamos a tiempo ante los estanquillos, la publicación queda alojada en el sitio www.cubasi.cu. Punto cu, reitero; así, los cubanos pueden descargarla sin más dificultades que la inevitable lentitud de conexión. No estaría mal, incluso, que los servicios digitales de nuestras bibliotecas lo hicieran, y que estuviese además disponible para sus visitantes mediante las siempre útiles llaves USB.
La Calle del Medio posee, hasta ese su número fatídico, una cualidad fundamental: es difícil evadir la lectura de cada una de sus páginas. Y otra complementaria que, no por ello, se va a deslindar de la anterior: transmite la necesidad de la opinión. Ambas, de conjunto, componen una supracualidad: trata temas de urgente necesidad en nuestra población, sin temor a sus aristas difíciles y sin magnificarlas.
Con estas condiciones, el número 13 (¡felicidades entonces, rimador!), rompe con un inteligente análisis de la Serie 24 Horas, punto uno de la vídeomanía subterránea de ahora mismo. Su autor, Antonio Gutiérrez Laborit, recorre enfoques modales de equilibro entre realidad y ficción que son conscientemente concebidos bajo la base comunicacional que la manipulación mediática ha ido estructurando en los últimos tiempos. El punto de vista no es, por ello, maniqueo, sino indagador y, a veces, discreto en cuanto a lo que sus criterios sugieren y demuestran. Este análisis me ayuda a confirmar que el espectador, chiflado por la serie y sus bien trabajados atributos, no va a dejarse convencer con escolásticas sesiones de demostración, lo que aparece de sobra entendido por Gutiérrez, y hace que los resortes de llamado a interpretar no lo decanten por el simple y natural hecho de ser espectador. Disfrutar con juicio crítico, y hasta autocrítico, es, más que necesidad, exigencia para las normas receptivas actuales, al menos si no queremos entregar por fin la plaza al apocalíptico jinete de la alienación.


De inmediato, y para seguir con los pies bien posados en la tierra, la entrevista de Yailín Orta Rivera a Rosa Fornés la lleva a conversar de cosas reales, a opinar a fondo, además de describir y testimoniar, como suele ocurrir con figuras de tanto relieve. Rosa Fornés valora y argumenta con conciencia, y sugiere además, acerca de posibles soluciones a problemas que dejamos crecer a veces demasiado, como en la pregunta referida al teatro musical cubano, gracias a la cual, partiendo de su indiscutible experiencia, enumera lo que está bien claro y en su opinión se necesita:
“hacer una obra musical con un buen argumento requiere de un exquisito vestuario y más cuando es de época. Ese teatro lleva primera y segunda figuras, un buen coro y ballet, además de una orquesta con un buen director. Es muy costoso montarlo y exige mucho esfuerzo y profesionalidad.”
La colección gráfica que acompaña a la entrevista es, por añadido, un verdadero poema.

Rosita Fornés

El filósofo español Santiago Alba Rico, colaborador infatigable de La Calle del Medio, con su capacidad de reflexionar profundamente en breve espacio, llama la atención en “Descanso obligatorio” acerca de la idea de libertad que estamos concibiendo a partir de una modelación tecnológica que invade, como un riñón injertado al organismo humano, nuestra cotidianeidad. “Hoy —sentencia—, la continuidad de la vida está garantizada por los flujos de imágenes ininterrumpidos de las redes informáticas y televisivas; mientras nosotros dormimos, nuestro riñón funciona; mientras nosotros dormimos, la CNN sigue emitiendo; mientras nosotros dormimos, Internet sigue activo.” Y demuestra además que “las nuevas tecnologías, frente a cuyas imágenes manufacturadas pasamos muchas más horas que frente a nuestras montañas, nuestros hijos o nuestros novios, han sustituido y concentrado todas estas funciones biológicas y religiosas”. Todo ello como base de ejercer la libertad en negativo, lo cual deviene, en sus propias palabras, en “locura”; “casi un delito”; “autolesión”. La conclusión predictiva de Alba Rico no es, a pesar de todo, pesimista, sino programática y, a un tiempo, sentenciosa, pues, de acuerdo con su aviso, “la única manera de frenar la tecnología, e incluso de usarla a nuestro favor, es que la gestione una sociedad consciente y libre y no la voluntad individual de miles de apetencias y gustos y caprichos activados –y emocionados— por la facilidad inmensa, y el placer insuperable, de hacerlo todo pedazos.”
“CIA: Manual de asesinatos para Guatemala”, es un esclarecedor acercamiento de Jorge Wejebe Cobo a los procedimientos de la estadounidense Agencia Central de Inteligencia para derrocar, mediante cualquier método, aquellos gobiernos o proyectos que no resultan de su conveniencia. Los desclasificados de 1990, correspondientes a la “Operación PB Succes”, creada para cortar a toda costa las reformas populares de Jacobo Arbenz, que el autor cita, son lapidarios y elocuentes: “eliminar la actual amenaza del gobierno guatemalteco controlado por los comunistas (…) e instalar en el poder y sostener de igual manera, un gobierno pro americano en Guatemala”. (A saber de dónde viene ahora mismo el acoso al presidente Colón). Otros detalles del sordo trabajo por la juramentada democracia de la CIA, en órdenes globales, se relacionan con el núcleo central de lo que Wetjebe reseña, también con desclasificados de fechas posteriores.
El oportuno homenaje a Mario Benedetti, uno de nuestros (al continente alude el nuestro, y a la lengua) imprescindibles poetas, con sus propios textos, da paso a una sección de humorismo gráfico en la que los dibujantes se toman en serio aquello de hacer reír a través del pensamiento analítico. Las obras de Ares, Yaimel, Paneke, Ramsés, Charli, Pagán, Zardoyas y los extranjeros Gióx, de Italia, y Agim Sulaj, de Albania, propician un especial momento en la publicación, pues, lejos de llevar al convencional relleno refrescante, conducen al entretenimiento feliz y reflexivo. Son, por derecho expresivo, sintaxis estructural de la revista.
Yasser Robinson Puente, director de la agrupación cubana Kola Loka, que se autodefine como “de fusión” y que la generalidad del ámbito receptor considera de chispeante reguetón, expone concepciones y artificios de trabajo en su conversación con Ailer Pérez Gómez y Yanira Martínez Arango. Entre preguntas y respuestas, captamos la esencia de las preocupaciones generales, tanto populares como especializadas, que asedian a la música popular que hace la moda dominante en estos tiempos. La apelación a la narratividad requisitoria de los temas, la insistencia en el superobjetivo de “pegar en el público”, así como el empirismo formativo del grupo y de los músicos, que en poco tiempo, y popularidad mediante, se hacen referencia cruzada para niños, adolescentes y jóvenes, bien vale como documento que ayude a conducirnos a pensar con seriedad este fenómeno, a indagar en cuánto de análogas reproducciones de casos como los de Saquito, Matamoros, etcétera, se avienen sin que sepamos bien cómo acogerlas y, muy importante, cómo canalizarlas en el contexto social que las demanda.
¿Son acaso tan diferentes “La estafa del Babalao” y la tan reconocida “El Brujo de Guanabacoa”, históricamente incluida en repertorios de nuestras orquestas e intérpretes? ¿Hasta qué punto las barreras de lo social y lo artístico siguen intercambiándose funciones, o grados de peso funcional? Este momento de La Calle del Medio acude a la virtud de hacernos meditar al respecto.
En la sección de Deporte, Romo Sigler entrevista a una de esas atletas que merece cualquier mítico, subjetivo manejo de sus virtudes como voleibolista: Mireya Luis.

Mireya Luis

Ver cómo despegaba para rematar con precisión y fuerza impresionantes, es algo difícil de olvidar, un hecho que se recuerda cada vez con emoción, aunque no fuese el tanto decisivo, o salvador. La foto que de ilustración le sirve trasciende, a mi juicio, el hecho de mostrarla en toda su belleza y nos avoca a creer en su sinceridad. La entrevista es, sin dudas, precisa, y se orienta hacia un recorrido sintético e imprescindible de la vida y la carrera de la atleta. Aún así me pregunto, acaso con demasiado atrevida suspicacia, ¿hasta qué punto la “ayuda” en la transcripción de las respuestas nos está escamoteando un poco de la Mireya Luis que por sí misma habla? Si no advertimos el tono de tratamiento profesional (no se transcribe al punto, desde luego) en las anteriores entrevistas, y tampoco lo veremos en la sección de opinión de los lectores, ¿no desentona el deporte si por ello se decide? ¿No se contribuye de ese modo al estereotipo discriminatorio que asocia, en chata relación de causa-efecto, la incapacidad de pensar y el deportista?
La bienvenida al infierno del otrora popular salsero cubano Manolín, una vez que la vida real le desenfocara la perspectiva fantástica del sueño americano, al parecer aplastado por la bola, sirve de puente a una sección invaluable de esta publicación: la de opinión de los lectores. Las múltiples ideas que afloran de las cartas publicadas son, de conjunto, un valioso e inteligente cuaderno de notas de una investigación de campo en la propia sociedad cubana, esquiva a los estereotipos que en el blanco y negro se complacen, sobre todo en el espectro de sus ámbitos urbanos, ya que lo campesino sigue sin encontrar sus canales de comunicación para expresarse en el resto, mayoritario, es cierto, de nuestra sociedad. Por ejemplo, tan adaptados están nuestros lectores a relacionar la opinión de quien escribe con el criterio básico de la publicación, que, cuando algunos muestran su desacuerdo con aspectos del tema tratado por el escritor Ernesto Pérez Castillo en su artículo “Asere, ¿qué bola?”, del número 12, interpelan, por contigüidad, a la revista.
Por otra parte, en tanto una lectora advierte acerca de que pueden estar exagerando con el tiempo y el espacio dedicado al béisbol, otro, de inmediato, (estudiantes universitarios ambos) desarrolla una fundamentada polémica alrededor de la entrevista realizada al magnífico atleta Lázaro Vargas, aparecida en el número 11. Con un despliegue estadístico, este lector aporta luz al siempre incompleto método de las comparaciones. Así, el interés constante e insaciable por el deporte, en especial por el béisbol, no sólo muestra el atractivo que entraña para los cubanos, sino hasta qué punto buena parte de nuestros espacios mediáticos desaprovechan la posibilidad de alcanzar el diapasón del tema. Los debates públicos, llamados genéricamente Esquinas Calientes, como la propia sección de la revista, se van quedando cada vez más en expresiones de inmediatez cuasi folklórica, a las que no se matizan con opiniones especializadas, que no han de ser por ello salomónicas.
La opinión pública, se puede concluir con esos breves trazos del cuaderno de notas que es la sección de los lectores, sobrepasa en ocasiones lo que la prensa le ofrece, de modo, lamentablemente, que los papeles se invierten y el patrón de silencio y de limitación que nos asedia gana un punto. Si bien es natural, y hasta lógico, que el pueblo que opina ante las cámaras se convierta en “managers” o “comisionados” virtuales, cuyos espontáneos sinsentidos pasan como ilustración de las pasiones, no debía serlo de la misma manera con el periodismo especializado y con los atendibles puntos que señalan. Las estadísticas, muy elocuentes como punto de partida, apenas son explotadas en las transmisiones televisivas y radiales, en las cuales se suele repetir datos, ideas, conceptos y hasta frasecillas tautológicas, a modo de lugar común, que tientan a escuchas y televidentes a irse entreteniendo en otra cosa. Nos falta, pues, un dinamismo de valoración, una capacidad de auxiliarse en fuentes multidisciplinarias y, alguna que otra vez, nos sobran aceptaciones ingenuas del paquete que los media globales colocan con muy buena maña.
Con La Calle del Medio se puede trabajar por un buen rato, sin que sus textos sean cargantes, pesados ni, valga el riesgo, ligeros o banales, como es el caso de la última sección, refrescante pero en tratamiento justo. La revista es también una especie de receta, para preparar en casa y según los ingredientes a disposición, con abierto albedrío. Una alternativa al precocido con que la prensa en global nos va agobiando. Tal vez por eso, pueda valerme para concluir de la inigualable capacidad de síntesis de una de sus lectoras, Marta Rojas Lozano, cuya carta publican:
“LA CALLE DEL MEDIO es simplemente la publicación que todos deseamos y necesitamos. Es un compendio de todo lo que queremos conocer: cine, televisión, música, literatura, deporte y la tan añorada receta de cocina, además de algunas recomendaciones e historia relacionada con este tema. Disfruto mucho de todos los temas que se tratan en la revista y en modo particular la dedicada a la poesía. (…) ustedes son un colectivo maravilloso que hace que nosotros los lectores, al leer cada publicación, añoremos leer la del mes siguiente.”
Una invitación que recibiera vía correo electrónico, para debatir sobre perspectivas y problemas de la publicación, me confirma que lo alcanzado no los tienta a acomodarse en el reposo del éxito, que, como se puede advertir a lo largo de su breve historia hasta este número de dígito fatídico, el objetivo está en hacer la sociedad mejor, en otorgar justicia a la diversidad de opinión y, sobre todo, en pensar que cada milímetro de la sociedad nos pertenece a todos, y a todos corresponde la responsabilidad de hacerla progresar.

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