lunes, 7 de diciembre de 2009

¿Dos izquierdas? Socialismo y capitalismo. (I parte)

Ya que he tenido que responder preguntas que en su momento desarrollé con más detenimiento en mi libro Venezuela rebelde (2006), reproduzco (en tres partes), fragmentos de su capítulo VII. Recuerde el lector que fue escrito en 2006, aunque lo esencial se mantiene inalterable.

Enrique Ubieta Gómez
Izquierda y democracia
En una aleccionadora conversación, que la revista mexicana Letras Libres recogía para la posteridad, dos conocidos intelectuales de derecha, Mario Vargas Llosa y Enrique Krauze, reflexionaban sobre la imprevista –para ellos–, reaparición de la izquierda en el panorama político latinoamericano. Krauze iniciaba el diálogo con este lamento:
"[…] en el fin de siglo pasado vivíamos una especie de ilusión óptica, de esos momentos extraños, rarísimos en la historia, en los cuales el cielo está despejado. Parecía que todos los grandes problemas, atroces, del siglo xx, estaban resueltos o por resolverse, y esto a pesar de la terrible guerra en los Balcanes. En Latinoamérica, pese a problemas casi inerciales de guerrilla, parecía que la democracia y las libertades, incluida la libertad de mercado, estaban arraigadas por primera vez en la historia; se estaba dando el milagro, con la sola excepción, desde luego, de Cuba, que sigue siendo una excepción de la adopción continental de la democracia y de sus valores".
Ciertamente, lo que más irrita a la derecha internacional es ese resurgir inesperado de la izquierda en el “tranquilo” panorama unipolar. Todas las rebeldías –las utopías– habían sido desechadas por inútiles. “La terrible guerra de los Balcanes”, era un hecho lamentable, pero insignificante, como hubiesen sido –de no haberse interpuesto la izquierda antibelicista internacional y la resistencia árabe–, las invasiones a Afganistán y a Irak. Por eso la prensa venezolana –que en la práctica es el más activo partido de oposición al gobierno revolucionario de Hugo Chávez–, repite con rabia y desesperación que la Revolución es un regreso al pasado: ¡el ignorante populacho no sabe que hombres tan ilustres como Fukuyama, Oppenhaimer, Krauze, Aznar y Bush, entre otros, habían ya certificado su muerte!.
Por supuesto, la democracia a la que Krauze se refería es la democracia representativa, un mecanismo de alternancia partidista para la reproducción del capitalismo. Alternancia de conceptos administrativos del capitalismo –con mayor o menor atención al factor social–, nunca de concepciones alternativas. En el mundo unipolar es democrática únicamente la alternancia de los políticos, no de las alternativas políticas. En Estados Unidos los partidos republicano y demócrata, se comportan cada vez más como un solo partido. Entiéndaseme: a veces son dos maneras sutilmente diferentes (solo a veces) de entender la defensa del status quo. En otro artículo reciente, Mario Vargas Llosa elogiaba la democracia chilena y para ello, celebraba su falta de alternativas, su tedio; “Bostezos chilenos”, titulaba el artículo:
En el debate entre Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, que tuvo lugar pocos días antes del final de la segunda vuelta, "había que ser vidente o rabdomante para descubrir aquellos puntos en que los candidatos de la izquierda y la derecha discrepaban de manera frontal. Pese a sus respectivos esfuerzos para distanciarse uno de otro, la verdad es que las diferencias no tocaban ningún tema neurálgico, sino asuntos más bien cuantitativos (para no decir nimios). Piñera, por ejemplo, quería poner más policías en las calles que la Bachelet".
Desde que en el siglo xix surgió la peligrosa opción anticapitalista, la democracia representativa ha pretendido ignorarla o desestimarla en el juego legal. Ignorar y desestimar son por supuesto eufemismos: ha encarcelado, torturado, asesinado, desterrado y silenciado a sus defensores, es decir, a sus verdaderos opositores. Pero si un partido anticapitalista se retiraba de la contienda electoral por falta de garantías (o no participaba por encontrarse ilegalizado), a ningún medio se le ocurría decir: los comicios se realizarán sin una verdadera oposición.
Veamos las cosas desde otro ángulo. Imaginemos un escenario donde existan muchos partidos anticapitalistas –y ninguno procapitalista–, con criterios diferenciados sobre las políticas administrativas. Todos participan en el proceso electoral. ¿Es una contienda democrática? Según la prensa venezolana, y de acuerdo con la experiencia de Venezuela, –en cuya última contienda electoral los partidos abiertamente procapitalistas, es decir, opuestos al proyecto socialista del gobierno, decidieron no participar–, la ausencia de ellos anula el carácter democrático de la justa. Las últimas elecciones parlamentarias en Venezuela (diciembre de 2005) volvieron a situar sobre la mesa de la izquierda la discusión acerca de la democracia representativa.
El problema de fondo es que las diferencias que el sistema democrático representativo acepta son de forma; constituyen diferencias tácticas, nunca estratégicas. El sistema no permite cambiar el sistema, aun si la mayoría de los electores quiere hacerlo. Es una democracia representativa… de los intereses del capital. El académico chileno de derecha (residente en Alemania) Fernando Mires –entrevistado a página completa en El Nacional–, afirma rotundo: “No hay nada más antidemocrático que un revolucionario”. ¿Por qué? Podría responder: porque si el 70 o el 80 % de la población quiere cambiar el sistema y construir una vía alternativa –y lo expresa en las urnas–, se destruye (no importa que sea por voluntad popular) la “democracia” capitalista. Pudo haber dicho: no hay nadie más anticapitalista (antisistema) que un revolucionario, y estaría expresando la misma idea con más claridad. Un presidente es o no es democrático, –haya sido elegido o no en las urnas, tenga o no respaldo popular–, si mantiene el capitalismo. Para él, democracia es sinónimo de capitalismo.
El sistema falsamente llamado democrático no contempla la victoria electoral de un revolucionario (por lo general, ni siquiera la victoria electoral de un reformista sin control, si ello atenta contra el frágil equilibrio continental de los intereses imperialistas, como muestra la reciente experiencia de México). Un resultado de esa índole es un accidente grave. Ello explica la rápida radicalización de las sociedades revolucionarias: finalizado el juego de máscaras quedan las dos únicas opciones que en verdad son opciones. Todos los partidos anticapitalistas presentan a su candidato y todos los partidos procapitalistas al suyo. Tal como afirma la opositora María Teresa Romero, “estudiosa de las ciencias políticas y de las relaciones internacionales”, entrevistada a página completa por El Universal el 4 de septiembre de 2005: “Pero, te repito, en el momento en que se deba decidir con quién estamos y contra quién estamos, como decía Rómulo Betancourt, se van a unir las fuerzas democráticas de centro derecha y de centro izquierda. Es decir, la democracia liberal con el socialismo democrático frente a una propuesta radical castro-chavista”.
En Perú, la derecha tragó en seco y apoyó sin reservas a quien todos conocían por su pésima y corrupta actuación previa, Alán García, única alternativa ante el impredecible Humala. Y todos los recursos de la guerra parecen validarse si la opción procapitalista no consigue el apoyo de los electores: golpes de Estado, subversión armada, magnicidio, retiro de candidatos bajo cualquier pretexto. La desesperación cunde si los mecanismos del sistema “democrático” no restauran en un tiempo prudencial –los cuatro o cinco años de un período presidencial–, la estabilidad de la democracia capitalista. El imperialismo norteamericano ya no siente escrúpulos en enarbolar abiertamente el “valor” de la fuerza:
"La secretaria de Estado estadounidense Condolezza Rice, defendió ayer el uso de la fuerza para hacer avanzar la democracia y la libertad, “únicas garantías de una verdadera estabilidad y una seguridad duradera”. “En un mundo donde el mal es aún muy real, los principios democráticos deben contar con el apoyo del poder bajo todas sus formas: política, económica, cultural, moral y militar, a veces”, declaró la jefa de la diplomacia estadounidense en un discurso en la Universidad de Princeton".
Los medios y sus mensajes directos e indirectos inculcan valores capitalistas, mentiras, compran voluntades, promueven el sabotaje económico, la guerra sicológica: tales son las reglas de la democracia representativa, que se sustentan sobre el dinero de las corporaciones y del imperialismo (especialmente, del gobierno norteamericano). Si el Estado trata de restringir el juego desmoralizador, la propagación de mentiras desestabilizadoras, es acusado de antidemocrático. Si no lo restringe, las aguas vuelven a su redil. Como dice el contrarrevolucionario cubano Rafael Rojas, “si el antecedente de Chávez, quien manipuló la Constitución democrática de su país para perpetuarse en el poder, no se difunde demasiado, en unos cinco años esos gobiernos [latinoamericanos de izquierda] serán sustituidos por líderes y partidos de otra orientación ideológica”.
Esa “democracia” no defiende el derecho a la verdad, o a la justicia, no defiende la voluntad popular, sino el status quo. John Negroponte, experto “demócrata” que aplicó su concepción de la libertad individual en la guerra sucia contra Nicaragua, fue más explícito:
"Dijo que si Chávez es reelegido [es decir, si el pueblo venezolano vota soberana y democráticamente por Chávez] era de esperarse que apele a “medidas que son técnicamente legales [es decir, que son legales], pero que sin embargo constriñen la democracia [es decir, el capitalismo]”. Agregó que era de esperarse una profundización de sus relaciones con el presidente Fidel Castro".
Cuando el “izquierdista” neoliberal Tony Blair dice que Venezuela y Cuba “deben acatar las reglas de la comunidad internacional”, se refiere por supuesto a esas reglas, que son las que garantizan la reproducción del capitalismo.
¿Qué se entiende entonces por izquierda democrática, moderna? Lagos –¿Bachelet?– es el ejemplo latinoamericano que más se cita. Tony Blair es el europeo. Pero los comentaristas se esfuerzan contradictoriamente en demostrar que las propuestas inteligentes, maduras, de esos estadistas de izquierda son compatibles, e incluso idénticas, a las propuestas de la "derecha democrática", moderna. Plinio Apuleyo Mendoza, que se confiesa liberal –"fui de izquierda, ya no lo soy"–, responde así a la pregunta ¿son compatibles la izquierda y el neoliberalismo?: “No es incompatible un matrimonio entre una socialdemocracia y un modelo liberal. Ya lo vimos en el Reino Unido con Blair. Ahí hay un perfecto matrimonio entre economía de mercado y tendencias liberales y tendencias socialdemócratas. Ahí me ubico después de haber sido izquierdista, castrista”. Pero la frase final voltea la respuesta: porque si él se ubica en esa tendencia después de haber abandonado la izquierda, entonces ¿dónde ubicamos a Blair?
Más directo es Mario Vargas Llosa cuando supone que los revolucionarios cubanos ya preparan la transición (por él) deseada: “Pero es seguro que todos ellos ya han comenzado a preparar el relevo y a sentirse, en el fondo de su alma, cada vez menos comunistas, y cada vez más modernos y más realistas, es decir, socialdemócratas (la manera políticamente correcta de decir capitalistas)”. Es natural pues que muchos defensores del sistema rechacen esos enredos conceptuales. Cipriano Heredia S. escribe, en El Universal:
"El mundo ha ido dejando atrás estas distinciones, si bien los partidos que dirigen los gobiernos del segundo tipo se hacen llamar de izquierda, justicialistas o socialistas, la verdad es que de ello les queda poco. Todos los citados, más otros casos emblemáticos fuera de Latinoamérica como los laboristas ingleses, los socialdemócratas alemanes o los demócratas de EE.UU., se han movido hacia el centro político".
Como bien señala Heredia, la posible candidatura presidencial de Teodoro Petkoff, ex comunista, promotor venezolano de la llamada izquierda “moderna” (opuesta al gobierno de Hugo Chávez), y autor del muy promocionado libro Las dos izquierdas, está siendo impulsada por círculos “no muy socialistas que digamos”. Aclaro que Heredia no es de izquierda; pero prefiere –antes que una encubierta opción de derecha– un candidato que la promueva abiertamente.

1 comentario:

  1. Perdon, pero ni Vargas Llosa ni Krause tienen el tamaño ni la calidad moral para estigmatizar a la izquierda revolucionaria, uno es mentiroso y el otro igual así no se construye una democracia, porque la mentira los oscurece como ahora a esos dos caballeros..

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