Hermosa crónica de Liudmila, que comparto agradecido en mi blog. E. U. G.
Liudmila Peña Herrera
Tomado de Poesía de Isla
Hay quien no cree en auras o buenas energías. A veces, también yo dudo. Es difícil creer en lo que no se ve; pero quien se le acerca y le ve sonreír, con ese rostro de eterna niñez, como si no le rondaran problemas, se convence de que la felicidad existe: solo hay que dejarle contar su historia de vida.
Nació en un pueblecillo granmense, tan remoto que ni el nombre recuerda, allá por el año 1963, cuando todavía algunos contaban las tragedias del ciclón Flora.
“Mi discapacidad siempre fue un misterio. Hace poco se descubrió que mi madre tuvo enfriamiento visceral, porque cuando tenía una panza inmensa de ocho meses de embarazo, estuvo muchas horas expuesta a las inundaciones del Flora, que pasó en octubre y yo nací el 26 de noviembre. De ahí surgió mi displacia fibrosa congénita”.
El hogar de Abel González Marrero, en el reparto Alcides Pino, es un gran taller donde igual se inventan soluciones para sillas de ruedas, triciclos y autos, que se “fabrican” amistades que duran la vida entera. Y aunque sus innovaciones asombran a quienes no lo conocen, debido a sus limitaciones físicas, este “reparador de sueños” tiene una explicación bien sencilla:
“Si te sientas en una silla de ruedas y te enclaustras, te parece que el día tiene 48 horas. Sin embargo, para mí pasa rápido el tiempo, porque siempre tengo un amigo o estoy haciendo algo útil. Los médicos no entienden por qué no me hace falta nada para dormir. Esa ocupación es la mejor medicina para las enfermedades.”
Inventor por naturaleza, su afición por las tuercas y los tornillos le viene desde pequeño, cuando se convirtió en mecánico de cuanto juguete se rompía en el barrio. “Como tenía mi discapacidad no podía seguir el mismo ritmo que todos los muchachos. Entonces, les arreglaba los carritos y todo lo que me llegaba a las manos. Por eso me tenían presente siempre y yo me sentía bien”.
Ahora aquel juego se ha convertido en oficio. No son niños ni juguetes los que le rodean, sino medios de transporte o de vida de limitados físico-motores como él: “Las sillas eléctricas que nos llegan de donación resuelven un problema, pero solo los primeros meses trabajan bien. Cuando falla la batería, el discapacitado no puede usarla. El objetivo de mi taller es quitarle el hardware electrónico que tiene y tratar de hacerla mecánica. También las desarmo y las convierto en triciclos, así pueden usar baterías de otros tipos de transporte y su reparación es más funcional”.
¿Y este es su famoso triciclo?, pregunto y él ríe. “Ahorita lo vamos a usar”, promete entusiasmado y dice bajito, como para que su esposa, que trajina dentro de la casa, no escuche: “Esta es como mi novia; digo, como mi otra novia: cuando tiene problemas de batería casi se me quita el sueño, lo mismo que me pasa con mi mujer cuando está enfermita. Imagínate, estas son ‘mis piernas’.”
Pero dicen que fue usted quien armó un caballete para Marcos Pavón, el reconocido artista discapacitado que pintaba con la boca…–sugiero. “Le hice un caballete electromecánico que duró más de 25 años. Sus padres envejecían y él dependía de ellos para pintar. Cuando tenía que hacer un movimiento, debía esperar a que alguien llegara. Con el caballete, subía y bajaba el cuadro con un pie, con independencia”.
Graduado de Control y Calidad en el Politécnico 26 de Julio, de su ingenio e imaginación han surgido inventos para mejorar la calidad de vida de limitados físico-motores, como un ascensor para que puedan asistir al Estadio “Calixto García”, numerosas soluciones a barreras arquitectónicas y hasta una silla sanitaria que él mismo usa.
“El ascensor está diseñado sin romper la arquitectura del Estadio. Con eso el minusválido puede tener acceso y disfrutar de la pelota como el resto de las personas. La idea no se ha llevado a la práctica porque falta la decisión. En cuanto a la silla, en Cuba es difícil conseguir las que les sirven a los discapacitados para hacer las necesidades fisiológicas. Por eso, cogí una plástica, derretí el fondo y lo moldeé como si fuera una tasa sanitaria. Abajo pongo el orinal y me siento. Sería bueno hacer una línea de producción…”
Como el clásico Meñique, nunca piensa “esto es demasiado”, cuando le rondan nuevas ideas aparentemente difíciles de llevar a la práctica. Ahora, entre sus sueños está construir una especie de desplazador mecánico y una caja de velocidad telescópica.
“Mi hijo me carga y me lleva hasta donde haga falta. Pero para depender menos, quiero poner una viga con un equipo eléctrico en el techo, encima de la cama, de tal forma que mi esposa me ponga una faja y el aparato me llevaría hasta el baño, que está en línea con el cuarto. Todo sin miedo a caerme, porque llevaría un arnés de protección.
“Pero la caja de velocidad telescópica es mi sueño más importante ahora. Con ella multiplicaré la velocidad y la fuerza para el triciclo. He preguntado a mis amigos médicos cómo va a ser el ejercicio y dicen que es perfecto, porque es como ir remando. Hace años que estoy en eso. La necesidad es la madre de la invención. Yo construyo soluciones, pero quiero que quienes las necesiten, las usen también”.
Jugador de baloncesto, corredor de maratón en silla de ruedas, este hombre “orquesta” integró, como percusionista, el grupo musical Corazón del Caribe, el primero formado por discapacitados en toda América Latina. Y aunque su vida ha sido un constante aporte a los seres humanos, no oculta su deseo de que las personas valoren mejor a los miembros de la ACLIFIM (Asociación Cubana de Limitados Físico-Motores):
“A veces nos miran con un poco de lástima, por el mismo desconocimiento. Lo que nos hace falta son oportunidades para demostrar lo que podemos hacer, porque el discapacitado es un hombre con un corazón, con una discapacidad que tiene una condición especial. Todavía falta romper barreras, crear más talleres donde podamos desarrollar actividades como cualquier otra persona, siempre que tengamos habilidades y condiciones”.
Negado a la tristeza y la inactividad, “Abelito” hace de la vida una celebración. “A cada rato hago una fiesta e invito a unos amigos y a otros no, porque después hago otra nueva con el resto y así disfruto el doble. También me engancho en la silla de ruedas con un arnés, me llevan para el río, me bajan con una soga y gozo como cualquiera”.
“Yo soy el hombre más feliz del mundo”, repite otra vez y le creo. Pero no deja espacio para otra pregunta, porque la respuesta definitiva ya le salta de los labios:
“Cuando llego a mi casa, me siento a plenitud. Mi esposa es la responsable de todos mis éxitos y mi hijo es mi brazo derecho. Gracias a ellos sé que tengo por quién luchar: mi familia es mi vida”.
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