Enrique Ubieta Gómez
El 4 de noviembre de 1970, en acto multitudinario desde la Federación de Estudiantes de Chile –la misma que hoy moviliza a miles de jóvenes en la lucha por su derecho al estudio, y con ellos, a miles de ciudadanos–, Salvador Allende pronunciaba el discurso de la victoria: "¡Qué extraordinariamente significativo es que pueda yo dirigirme al pueblo de Chile y al pueblo de Santiago desde la Federación de Estudiantes! Esto posee un valor y un significado muy altos. Nunca un candidato triunfante por la voluntad y el sacrificio del pueblo usó una tribuna que tuviera mayor trascendencia, porque todos lo sabemos: la juventud de la patria fue vanguardia en esta gran batalla, que no fue la lucha de un hombre, sino la lucha de un pueblo".
A diferencia de otros correligionarios de su partido, él creía en la evolución no como simple proceso de perfeccionamiento del capitalismo, no como vía para la edificación de un "capitalismo bueno", que sabía imposible, sino como puerta de acceso al socialismo. Fue reformista en los métodos, pero revolucionario en los objetivos. Esa contradicción lo ahogó finalmente. Ser revolucionario nunca ha significado –como los ideólogos de las trasnacionales quieren hacernos creer–, ser violento. Significa ser radical, ir a la raíz de los problemas; significa también que esos problemas que deben resolverse son éticos, atañen a la dignidad humana, a la justicia social, pero tienen una base económica. "Déjenme decirles, a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor", decía el Che Guevara. Antes había escrito José Martí: "en la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero, el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre".
Allende probaría con la ofrenda de su vida, que la violencia no proviene de la Revolución, sino de sus adversarios. Y que la violencia revolucionaria es un último y a veces inevitable recurso frente a la violencia contrarrevolucionaria. El día de la victoria, advertía a su pueblo los enormes retos que en lo adelante enfrentarían: "Si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria (...) Yo tengo fe, profunda fe, en la honradez, en la conducta heroica de cada hombre y cada mujer que hizo posible esta victoria. Vamos a trabajar más. Vamos a producir más (...) Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile y cada vez más justa la vida en nuestra patria". Allende no pedía más armas, pedía más pasión y más cariño. Aquel histórico 4 de noviembre, dejaba sellado su compromiso con la Historia: "el compromiso que yo contraigo ante mi conciencia y ante el pueblo -actor fundamental de esta victoria- es ser auténticamente leal en la gran tarea común y colectiva. Lo he dicho: mi único anhelo es ser para ustedes el compañero presidente".
LEA AQUÍ EL DISCURSO DE SALVADOR ALLENDE (4 de noviembre de 1970)
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