Ya lo anunciaba hace un par de años
El Nuevo Herald, órgano oficioso de la contrarrevolución miamense, como si de eventos naturales se tratase y no de una necesidad política: "despierta singular interés vida y obra de Batista". Notoria fue --por el sistemático intento de reconstruir la historia de Cuba y limpiarla de manchas ostensibles--, la serie de artículos que durante meses publicó en ese órgano Rafael Rojas y la entrevista de un arrobado Emilio Ichikawa al hijo del dictador y su reciente defensa de la Enmienda Platt. No hay evidentemente futuro sin pasado. La calidad del futuro se mide por la del pasado que lo enuncia: por eso la contrarrevolución necesita reconstruir los años cincuenta en Cuba. Por eso, no podemos olvidar el pasado que negamos. Hoy, 10 de marzo, se conmemora un aniversario más del golpe de estado de Batista (apoyado por el gobierno norteamericano), ocurrido en 1952. No es el origen --este habría que buscarlo más atrás, en las frustraciones de 1902 y de 1933-34--, pero sí el instante en que empieza el conteo regresivo que marca el fin de la mascarada de República y el advenimiento de la Revolución.
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