El pasado 11 de febrero, en la Universidad Internacional de la Florida, Lincoln Díaz-Balart leyó un comunicado de prensa haciendo pública su renuncia a contender por un décimo período en el Congreso de los Estados Unidos, y de paso, su intención de dedicarse a los negocios privados y al cultivo de una fantasmal variedad de rosas blancas. Lo que para algunos es una inexplicable decisión, para otros ostenta la transparencia que delata los actos más escrupulosamente premeditados. El comunicado contenía demasiadas palabras sobrantes y muy pocos argumentos convincentes. No se requiere del olfato de Hércules Poirot para comprender que una jugada de este tipo jamás se improvisa y que se venía elaborando desde hace tiempo en las cocinas profundas del clan Díaz-Balart y de sus discretos valedores dentro de la política estadounidense. Y no hay que ser muy astuto para intuir lo que yace detrás de esta conmovedora pasión por la jardinería, apuntalada en el comunicado con un elegante enfoque multicultural, tan políticamente correcto, que unió frases de Anuar El Sadat con el bíblico (y sibilino) recordatorio de que “todas las cosas tienen su tiempo bajo el cielo”.
Despojemos a las razones del señor Díaz-Balart del meloso ropaje con que se sueñan revestidas. Apartemos por un minuto las vaharadas de incienso con que se nos presenta, en ese tono mesiánico y redentor que por momentos nos recuerda la campaña presidencial de Barack Obama. Tratemos de calar en las verdaderas causas de una decisión cuasi etérea tomada por un político pragmático, insensible y despiadado, capaz de jactarse, como hizo en dicho comunicado, de haber elevado al rango de ley ese mismo bloqueo norteamericano que lleva años intentando poner de rodillas al gobierno de la isla, y que solo ha traído sufrimientos a los cubanos de a pie.
Pero hay indicios anteriores de la jugada, perdón, quise decir de esta renuncia patriótica del señor Díaz-Balart.
Apenas una semana después del anuncio, recordaba Guillermo Martínez en “The South Florida Sun-Sentinel”, que “debido a la composición étnica de la población (de la Florida),…y que los cubanos ya no son políticamente homogéneos, será difícil que republicanos de este origen sean electos congresistas, año tras año”. También recordaba Martínez una entrevista realizada a Rafael Díaz-Balart días antes de los sucesos del 11 de septiembre del 2001. “Me habló con entusiasmo de sus intentos por fortalecer la Rosa Blanca--recordaba--y de cómo los cubanos del exilio teníamos que tener menos peleas internas… Si su hijo tiene éxito en resucitar la organización, algún día Cuba y los cubanos de la isla se lo agradecerán…”
Recuerdo que cuatro años después, en mayo del 2005, y a raíz del deceso de ese prohombre que fuera Vice-Ministro del Interior de una dictadura como la de Batista, no precisamente caracterizada por su amor fraternal hacia los opositores, fue publicada a la vez, en varios idiomas, como obedeciendo a una misteriosa consiga, el texto de unas supuestas declaraciones de abril de 1955, ante la Cámara de Representantes de la isla, oponiéndose a la amnistía de los prisioneros políticos, especialmente de Fidel Castro y los asaltantes al Cuartel Moncada. Zoe Valdés leyó íntegramente aquel texto “profético” al ser invitada al acto de presentación de un libro escrito por quien elevase (sic) al nivel de un Magíster comparable, no solo con Varela, Céspedes y Martí, sino también “con los más encumbrados pensadores universales”. Como he demostrado documentalmente, tal discurso jamás fue pronunciado y aquel indomable legislador, al que por un acto de prestidigitación se le hacía emerger como fundador de una estirpe de visionarios-salvadores-de-la-Patria, estuvo entre los 114 representantes que en las sesiones del 18 y 19 de abril votaron a favor del proyecto presentado.
El sentido de aquella boutade se clarifica aún más por esos días: podía desaparecer el ínclito fundador del clan, pero dejaba bien asegurados a sus cachorros, mediante su participación directa en la política norteamericana, y también legándoles un pedigree profético, o lo que es lo mismo, una capital simbólico que esgrimir de cara a una hipotética Cuba post-Castro.
¿Quién podría disputarles la silla presidencial a quienes habían demostrado una estricta lealtad a sus valedores, tenían los contactos en Washington, un historial conservador irreprochable, un odio visceral por todo lo revolucionario que habría que barrer de la isla, y además, la santa aureola de solo podían mostrar los selectos Miembros del imperial Colegio romano de los Augures?
Y para no dar pie a la casualidad y eliminar a tiempo cualquier romántica o trasnochada competencia; para dejarlo todo “atado y bien atado”, como diría en su lecho de muerte el Generalísimo Francisco Franco, en el comunicado del pasado 11 de febrero este presidenciable por carambola familiar y clientelista solo mencionaba “como héroes y líderes de la Cuba futura” a Bicet y Antúnez, quizás levantando demasiado apresuradamente la paloma de los elegidos, y dejando sumidos en la zozobra a los ignorados. Omitió nombres muy frecuentes en los medios internacionales, como Marta Beatriz Roque, que pudiera ser la primera mujer presidente de Cuba, o a Elizardo Sánchez, oposicionista dotado de gran elocuencia, o a un ex-piloto de combate, como Vladimiro Roca. ¿Por qué?
“La Rosa Blanca es un ideal en marcha”-- fue otra de las enigmáticas charadas con que Lincoln Díaz-Balart anunció su renuncia a optar por un nuevo mandado legislativo, refiriéndose a la belicosa organización fundada en los primeros meses de 1959 por su padre. Y en el texto de su Proyecto de programa político podría estar otra de las claves para descifrarla, y quizás la ocasión para que también no estrenemos como profetas. “El (futuro) Presidente de la República, por mandato constitucional deberá renunciar como miembro de cualquier partido político, y a todo cargo partidario después de ser elegido Primer Magistrado y antes de tomar posesión de su alto cargo”.
¿Sería descabellado que un día de estos este republicano de rompe y rasga nos despierte con una formal renuncia al Gran Partido Viejo, preludio de su inevitable sacrificio por el futuro de Cuba?Lo interesante de esta puesta en escena no es solo que se basa en la repartición de la piel de un oso que nadie ha cazado y que considera al pueblo cubano, apenas como su decorado inmóvil, sino que reedita, casi paso a paso, la exaltación a los altares de la patria de salvadores mesiánicos que han llegado tras las tropas norteamericanas de ocupación, seleccionados precisamente por ostentar los mismos rasgos que hacen hoy “presidenciable” a este desinteresado renunciante. Así entró a la historia don Tomás Estrada Palma, cabeza de la conexión cubana de aquel “Partido de la guerra contra España” de 1898, formado por imperialistas de la talla de Henry Cabot Lodge, Albert Beveridge, William Randolph Hearst y Theodore Roosevelt. Y también Hamid Karzai, el obediente presidente afgano, causalmente, el contacto principal entre la CIA y los guerrilleros de su país que lucharon contra la ocupación soviética en los años 80.
Y quizás, de todas formas, la clave del misterio esté en el propio comunicado. No en vano Dan Brown ha hecho retornar con el “Código Da Vinci”, ese tipo de enigma de lo obvio, introducido en la literatura policiaca por Edgar Allan Poe, donde lo que se quiere ocultar se pone a la vista de todos. A lo mejor eso explica la alusión a un Anuar El Sadat, que colaboró con los nazis y fue acusado por dar la espalda a los pueblos árabes al aliarse con potencias extrañas.
Quizás,… ¿quién sabe?
[1] Ver: Eliades Acosta Matos: “El falso don de profecía de Rafael Díaz- Balart”, en http://www.cubadebate.cu/opinion/2005/06/20/el-falso-don-de-profecia-de-rafael-diaz-balart
[1] Ver: Eliades Acosta Matos: “El falso don de profecía de Rafael Díaz- Balart”, en http://www.cubadebate.cu/opinion/2005/06/20/el-falso-don-de-profecia-de-rafael-diaz-balart
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