sábado, 18 de julio de 2009

¿El fin de una máscara?

Enrique Ubieta Gómez
Ya se ha dicho, pero la pregunta se vuelve imperativa: ¿es Barack Obama un muñecón simpático, políticamente correcto, una mascarada de presidente cuya función principal es la de provocar un desvío intencional de las miradas, mientras otros actúan en dirección contraria a la de sus palabras y señas?, ¿o es por el contrario un cínico, un hombre que dice una cosa, mientras en la noche y de puntillas, hace otra? Posiblemente, ni lo uno ni lo otro. Pero los sucesos ocurridos en Honduras demuestran que el poder político en Estados Unidos no se ha movido de lugar, que el principal cambio que produjeron las elecciones pasadas fue discursivo. Ya no se trata siquiera de aquellas primeras evidencias que conectaban el golpe de estado hondureño a la red neoconservadora sembrada en puestos claves –diplomáticos, militares, de inteligencia, congresionales--, por la administración anterior. No se trata (solo), como algunos analistas apuntan, de un extraño golpe de estado contra Obama, es decir, contra la doctrina del “poder suave” o “poder inteligente”, como imprescindible analgésico que el imperialismo aplicaría a sus víctimas antes de engullirlas; ahora las contradicciones se hacen más evidentes porque emanan del seno de la propia Administración norteamericana.
Los hilos ya no tan secretos del golpe conducen hasta la propia secretaria de Estado, la señora Hillary Clinton. No por casualidad sus declaraciones sobre la legalidad o ilegalidad del hecho han sido en todo momento menos enfáticas que las del presidente Obama, por no decir ambiguas, confusas y en ocasiones, francamente justificativas o dilatorias. Ya sé que Obama debía viajar a Rusia, según una planificación previa, pero su partida en instantes cruciales para la región –como afirmaba en otro comentario--, fue un secuestro (quizás un auto-secuestro) que lo sacó del camino, tal como hicieron los militares hondureños con Zelaya. Mientras que el presidente reiteraba a nueve mil kilómetros de distancia física que Estados Unidos solo reconocía al presidente constitucional de Honduras, su secretaria de Estado maniobraba para descriminalizar a los golpistas y evitar el regreso inmediato de Zelaya, con la colaboración de su peón Oscar Arias. Pero el juego sucio ya no esconde sus cartas.
Lanny Davis, viejo amigo de los Clinton –en especial de la Hillary, de quien fue compañero de estudios en la Facultad de Derecho de Yale--, abogado demócrata que se desempeñó como consejero especial del Presidente Clinton y su defensor y vocero en el caso de Mónica Lewinsky, y más tarde cercano colaborador en la campaña por la nominación presidencial de la Hillary, a quien incluso sustituyó en debates televisivos, reaparece como asesor de los golpistas hondureños y cabildero para su aceptación en el Congreso norteamericano. Ya sé que las campañas presidenciales en la llamada “democracia representativa” suelen ser torneos de gladiadores, que incluyen lo mismo la presentación de cada contendiente –mejor look, mejor locuacidad, mejor capacidad para evadir obstáculos--, que la mutua descalificación de los adversarios. Vale el golpe limpio, y el golpe bajo. A veces estos últimos son más apreciados por la fanaticada. Todos recordamos la larga retahíla de descalificaciones que la Clinton propinaba en cada round a Obama, cuando ambos aspiraban a la nominación demócrata. La señora estaba bien plantada en sus aspiraciones, y bien respaldada por el ala más conservadora del Partido Demócrata (los neocons son indistintamente de uno y otro partido, que en el fondo es el mismo). No cedió sino hasta el último aliento. Pero como dicen los yanquis, “nada personal”, “los negocios son negocios”. Obama tuvo que cargar con ella. Pocos recuerdan sin embargo que el señor Lanny Davis se destacó de forma muy notoria en su tarea de descalificar a Obama durante la campaña electoral. Noche tras noche iba a los canales de televisión por cable para decir que Obama no era elegible. El caso, regreso a mi tema, es que el señorito Davis ha vuelto a entrar en el baile (como decía la vieja canción infantil), para servir de intermediario de los golpistas en el lobby demócrata del Congreso, mientras su presidente Obama andaba de gira por el Viejo Mundo. ¿Iniciativa personal? Nadie se hace la pregunta.
Si bien el Sistema entendió que ni siquiera un rostro femenino como Hillary, de rancio abolengo –los seguidores de temas políticos recordarán la amistad que une a los ex presidentes Bush padre y Clinton--, hubiese podido limpiar la imagen interna y externa del imperialismo, y optó por el rostro mulato de Obama, de origen más humilde y sin antecedentes vinculantes en la política imperial, seis meses después, ante las contundentes derrotas en las Cumbres de Trinidad Tobago y Tegucigalpa, la victoria electoral de la izquierda en El Salvador y la consolidación del proyecto integracionista del ALBA, el Sistema mueve fichas. Obama no tiene una máscara, Obama es la máscara del Sistema. El “poder suave o inteligente” es una teoría vacía de contenido, un eufemismo. Parece que hay sectores influyentes en el Poder que opinan que ha llegado el momento de prescindir de la máscara: por encima (o por debajo) de la OEA, de la ONU y de cuanta institución o país se interponga, Estados Unidos se mueve en la misma dirección de antaño. Pero que el lector recuerde lo que digo: si el imperialismo renuncia a la Máscara es una señal pésima sobre su estado de salud. Si no puede renovarse en sus maneras de actuar, si otros métodos persuasivos ajenos a la fuerza bruta no le funcionan, es que ya la enfermedad ha avanzado hasta hacerse irreversible. De cualquier manera, podrá vivir muchos años en estado de putrefacción, si los pueblos no lo entierran. Ese es el reto que tenemos todos.

1 comentario:

  1. Yo no sé tú Ubieta, pero como yo soy un tipo despistado, ¿tú sabes si alguien me pudiera decir o al menos convencerme porque Superman es el único tipo que se pone la trusa por encima de la ropa? Yo nunca entendi eso, la verdad. :)
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