No tiene que ver directamente con el golpe de estado en Honduras, pero aprovecho lo que tarda el arribo de Zelaya al espacio aéreo hondureño, para proponer esta reflexión del amigo Santiago Alba Rico, sobre la violencia intrínseca del capitalismo:
"Por lo demás, no creo que el capitalismo sea “especialmente” violento. Sí es intrínsecamente violento, pero no “especialmente” violento. Lo es lo justo, lo necesario, lo imprescindible. ¿Lo imprescindible para qué? Para seguir convirtiendo todo lo existente –seres humanos y recursos naturales- en más altas tasas de beneficio. El capitalismo produce pobreza y muerte, pero no es ese su objetivo. El capitalismo produce riqueza, placeres y remedios, pero no es ese tampoco su objetivo. Es precisamente esta indiferencia la que lo convierte, no en más cruel o más salvaje, pero sí en más peligroso y más potencialmente destructivo. Es de un misticismo aterrador: no reconoce límites –ni en la moral ni en la Naturaleza- y por lo tanto desprecia materialmente –minuto a minuto- tanto las resistencias antropológicas como las ecológicas. No porque sea especialmente violento sino porque ésa es la condición misma de su reproducción. No puede distinguir entre un niño y una máquina de coser, entre un río y un vertedero de basura, entre la construcción de un nuevo Madrid bajo el boom inmobiliario y la destrucción de Bagdad bajo las bombas estadounidenses. Pero esto añade una particular injusticia al capitalismo. Como no puede hacer diferencias y ha desarrollado de una manera sin precedentes las fuerzas productivas –incluidas las tecnologías médicas- ha puesto a disposición del ser humano potencialidades que al mismo tiempo no le permite usar. Las muertes por malaria, por sarampión, por dengue, por cólera, por disentería, ¿son muertes naturales? ¿No son particularmente acusatorias en un mundo que puede curar esas enfermedades? La violencia del capitalismo tiene que ver también con sus instrumentos de emancipación; es decir, con su necesidad intrínseca de –al mismo tiempo- multiplicar la riqueza y reprimir su uso, de aumentar los medios de salvación y prohibir su utilización. Lo que se traduce en la naturalización de la muerte y la destrucción: “Los pobres”, nos decían los periódicos hace unos meses, “viven 30 años menos que los ricos”. ¿A quién, a qué fuerza silenciosa imputar esa diferencia?"
Para leer la entrevista completa AQUÍ.
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