miércoles, 1 de julio de 2009

HONDURAS, LA PRUEBA DE FUEGO PARA EL TIEMPO NUEVO

“Un déspota no puede imponerse
a un pueblo de trabajadores”.
José Martí.
La República, Honduras, 12 de agosto de 1886
Carlos Rodríguez Almaguer
Varias son las noticias con que hemos amanecido esta mañana de miércoles, en que se cumple el cuarto día de que se iniciara la asonada golpista que aún transcurre en Honduras. Digo que aún transcurre, porque aunque se haya nombrado un “gobierno” de facto, dicho “gobierno” en verdad no ha podido gobernar a nadie, ni los “ilustres” miembros de ese “gabinete” han podido ejercer ninguna función que no sea empleando la fuerza bruta, gracias, en primer lugar, a las movilizaciones del pueblo hondureño que desde el inicio mismo del asalto de los facinerosos al poder, se volcó a las calles para demandar la restitución del orden constitucional y el regreso del presidente secuestrado y expulsado del país por la fuerza, José Manuel Zelaya Rosales.
En segundo lugar, un aspecto decisivo de la inercia a que se han visto sometidos los fascistas que usurparon los supremos poderes del Estado hondureño, ha sido la inmediata condena internacional por parte de todos los gobiernos y los pueblos del mundo. Los desfasados golpistas que, enfrascados en desangrar la economía y los recursos de la tierra hondureña, no han tenido tiempo para leer la historia, no se habían enterado de que el mundo estaba cambiando a un paso cada vez más rápido, aunque todavía no sea el que exigen los nuevos tiempos en que la especie humana es amenazada de muerte en un plazo relativamente breve, gracias, precisamente, a los ambiciosos y a los privilegiados que no han vacilado en destruir las condiciones de vida en el planeta con tal de acumular sus vergonzantes riquezas.
A pesar de los repetidos discursos y consignas sobre el advenimiento de una nueva época, que tienen que ver con el cambio real de la situación política que ha tenido lugar en la última década en los países de la que José Martí llamó Nuestra América; que a su vez ha propiciado el surgimiento, fortalecimiento y desarrollo de los movimientos sociales que hoy constituyen fuerzas vivas, con una capacidad de movilización, de presión política y de influencia en la opinión pública internacional que nadie puede desconocer, lo cual, al propio tiempo, tuvo su origen, entre otras razones, en la heroica resistencia que durante medio siglo ha protagonizado una pequeña isla del Caribe, ubicada a solo 90 millas de las costas de los Estados Unidos, la presunta nueva época no había tenido ocasión de mostrar, más allá de la retórica, su rostro concreto.
Sin embargo, ante sucesos de tanta significación como los que acontecen en Honduras, los cuales, además, no admiten medias tintas ni subterfugios por su crueldad y cinismo, la nueva época ha tenido que enseñar la cara, aún cuando no sepamos todavía cuánto de carne y cuánto de maquillaje la componen realmente.
En un primer momento de esta aparición, ubicamos las sinceras e indignadas protestas de los gobiernos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, ALBA, en las cuales merecen especial reconocimiento el papel desempeñado desde el principio por los presidentes Hugo Chávez, de Venezuela, y Daniel Ortega, de Nicaragua. La ética manifestada en esta posición común de los países del ALBA no sorprendió a nadie, pues es lo que se ha venido predicando con la palabra y el ejemplo desde que Cuba y Venezuela concretaron esta iniciativa del presidente Chávez. Inmediatamente después de conocidos los hechos que estaban teniendo lugar en Honduras, la voz solidaria y acusadora de los pueblos del continente no se hizo esperar, provocando las manifestaciones de protesta y condena contra los golpistas, que aún se mantienen en todos los países latinoamericanos y caribeños, y en otras latitudes. En la medida en que los gobiernos del ALBA concretaban acciones que no dejaban lugar a dudas sobre la disposición de impedir que el golpe militar prosperara, fueron apareciendo en la escena internacional nuevas declaraciones de quienes hasta entonces habían permanecido a la expectativa.
Uno de los hechos que ha contribuido a configurar la otra parte del rostro de los nuevos tiempos ha sido, sin duda, la progresiva posición adoptada por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica ante esta asonada golpista. Progresiva, digo, porque entre la declaración emitida por el presidente norteamericano Barak Obama, en la mañana del propio domingo 28 de junio, pasando por la que ofreció la tarde de ese día la Secretaria de Estado, Hilary Clinton, hasta la que en esa tarde noche emitió en conferencia de prensa el embajador estadounidense en Honduras, hay un ostensible proceso de radicalización.
Está claro que la toma de partido en contra del golpe de estado en el país centroamericano, es una de las acciones prácticas que vienen a fortalecer la imagen del cambio anunciado por el presidente Obama durante toda su campaña presidencial. Si el solo hecho de ser el primer presidente negro en la historia de ese país, en el que el racismo ha sido uno de los gusanos que han venido royendo las raíces de aquella democracia hasta casi destruirla, no pocas de las ulteriores decisiones a que tuvo que acomodarse el presidente fueron devolviendo objetividad al deslumbre que provocó en muchos el insólito paisaje inicial. La política, aunque contiene elementos de filosofía, sociología, psicología, economía, etc., es, fundamentalmente, una categoría de la práctica. No basta la retórica, hay que concretar el discurso, y es ahí donde la vieja fábula del cascabel y el gato entran en juego y emplazan hasta la angustia a quienes deben resolver la disyuntiva. Esto, por el momento.
De gran importancia ha sido, igualmente, la declaración condenatoria emitida este martes por la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, en la cual se pide a los golpistas deponer su actitud y restituir, de forma inmediata e incondicional, al presidente José Manuel Zelaya Rosales en el ejercicio de las funciones para las que fue elegido por el pueblo hondureño.
El otro aspecto significativo para la configuración de ese rostro huidizo del que hablamos, y el cual es a la vez consecuencia de los análisis anteriores, es decir: de la cada día más fuerte posición de los países miembros del ALBA, el SICA, el Grupo de Río, UNASUR, CARICOM, etc.; de la creciente influencia en todos los órdenes de los pujantes movimientos sociales surgidos, fundamentalmente en la última década, en los países de nuestra América; de la actual posición política del gobierno de los Estados Unidos frente a la asonada golpista; y, por último, de la declaración de las Naciones Unidas; es la posición adoptada esta madrugada de miércoles 1 de julio de 2009, por la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos, OEA, la misma que en otros tiempos organizaba, auspiciaba y protegía, los golpes de estado y las invasiones en este hemisferio. ¿A cambiado por ello la esencia injerencista para la que fue creada la OEA, o han cambiado las condiciones, y fundamentalmente los líderes, en muchos de los países que la forman? La respuesta es evidente. Sin embargo, en esta ocasión, el saldo ha resultado positivo.
De manera que, a la postre, la situación creada en Honduras con el golpe de estado fascista, ha devenido prueba de fuego en la que se ha podido desdibujar, siquiera sea tímidamente, el rostro del tiempo nuevo. Ahora corresponde acabar de derrotar la asonada golpista, restituir en sus funciones constitucionales al presidente Zelaya y a su gabinete, enfrentar con la justicia a los terroristas y delincuentes que usurparon el poder y llevaron la muerte y el caos a Honduras para que paguen por sus crímenes, y después, continuar la lucha en todos los frentes, desde el lugar que cada cual ocupe, porque las conquistas de paz y prosperidad para los pueblos y para la humanidad no se alcanzarán con los brazos cruzados, ni divididos o enajenados, sino todos juntos, con la camisa al codo, hundiendo las manos en la masa y alzándola con la levadura de nuestro sudor, como enseñó José Martí, el Apóstol de América.

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