martes, 21 de julio de 2009

Honduras, los neocons, y el tercer golpe de estado a la democracia imperial

Pero no augura, sino certifica, el que observa cómo en los Estados Unidos,
en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan; en vez de resolverse
los problemas de la humanidad, se reproducen; en vez de amalgamarse
en la política nacional las localidades, las dividen y enconan; en vez de
robustecerse la democracia y salvarse del odio y miseria de las monarquías,
se corrompe y aminora la democracia, y renacen, amenazantes,
el odio y la miseria.
José Martí
"La verdad sobre los Estados Unidos"
Patria, Nueva York, 23 de marzo de 1894

Carlos Rodríguez Almaguer.
Cuando el pasado 28 de junio despertamos con la noticia del gorilazo en Honduras, nadie podía sospechar, al ver la inmediata respuesta de la comunidad internacional, incluyendo al Jefe del gobierno de los Estados Unidos y a su Secretaria de Estado, rechazando de plano al golpe, que la extemporánea asonada pudiera fructificar más allá de lo que demorara el pueblo hondureño en lanzarse a las calles para exigir la restitución del presidente Manuel Zelaya y del orden constitucional de esa república centroamericana. Sin embargo, hemos entrado ya en la cuarta semana de vida del régimen de facto. Se han suspendido las garantías constitucionales del pueblo hondureño, se han violado a diestra y siniestra los derechos humanos, se ha encarcelado, golpeado, intimidado y asesinado a hondureños que exigen el retorno del país a la legalidad, y aún anda a la deriva, de un país a otro, tratando de que se haga justicia, el presidente constitucional de Honduras.Los países miembros del ALBA se pronunciaron; se pronunciaron también la OEA, la ONU, el Grupo de Río, y la Unión Europea. Y no pasa nada. Pero todo esto no basta para demostrar la impunidad de los poderosos que están tras el golpe de los gorilas hondureños. Es necesario darle una lección a los ingenuos a quienes la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca despertó esperanzas de un verdadero cambio en las cosas de este mundo. De paso, también aleccionar a los que por él votaron, por el cambio y por quien lo pregonó, y así como sin querer, abrirle los ojos al propio presidente Barak Obama sobre quien manda de verdad en los Estados Unidos y por tanto en el mundo.Entusiasmados con la televisión por cable, los DVD, los reproductores de sonido, las innumerables vías de entretenimiento que los poderosos han mandado construir para mantenernos desconectados de la realidad, pocos mortales recordarán ya la manera turbia y descarada con que los fascistas neoconservadores y su marioneta, George W. Bush, asaltaron el poder de la nación más poderosa del mundo, para sentar en él a su prohijado Bush. Acaso tampoco recuerden como a pesar del empleo del terror y del miedo al terror, tuvieron que asaltar nuevamente la presidencia de Estados Unidos, porque no era seguro el triunfo en las urnas para un segundo mandato. Fue preciso el empleo de dos poderosos resortes psicológicos: el patrioterismo ramplón por un lado, y el miedo al terrorismo, por el otro, para someter al pueblo norteamericano a sus oscuros designios. La propuesta del extremista John McCain como candidato presidencial por el Partido Republicano, no rindió los frutos esperados. El tema recurrente del terrorismo devino para los ciudadanos norteamericanos el cuento del lobo, y ni las nuevas “amenazas” de Bin Laden, el amiguito del clan Bush, ni la cacareada y antidemocrática Doctrina de Seguridad Nacional, pudieron perpetuar por tercera vez en el poder a la temible facción. Barak Obama ganó las elecciones presidenciales, o mejor dicho, las ganó el pueblo de Estados Unidos. Tan grande es la necesidad del cambio para ese pueblo, que no solo se enfrentó a la candidatura de McCain y a la maquinaria de poder que lo respaldaba, sino que fue capaz de enfrentar además a un poder mucho mayor, que tras varios siglos de penetración ha calado hasta el tuétano aquella cultura: el racismo. No en balde los especialistas en relaciones públicas que participaron en la campaña de Obama, escogieron la palabra CAMBIO, como slogan principal del candidato negro.Ya en la primera magistratura de la nación, el derroche de elocuencia del presidente acentuó las esperanzas que había despertado durante su campaña. Los enfoques presumiblemente honestos en relación a determinados hechos de la historia reciente, en los que la postura de los Estados Unidos había sido injusta, errónea, cuando no cruel e inhumana, despertaron, por primera vez en mucho tiempo, sentimientos de simpatías de algunas personas hacia la nación que representa. Las promesas hechas por el presidente Obama, por pequeñas que fueran, han sido bloqueadas cada vez que se vislumbra alguna intención de cumplirlas. Nada ha podido cambiar el presidente electo por los norteamericanos, si es que esa es su verdadera intención. Todo sigue en su sitio. Las expresiones públicas de la política de la nueva administración han sido contradichas abiertamente por funcionarios de menor rango, categoría y legitimidad que el propio presidente. El bien engrasado aparataje montado por los neocons con el intermedio de W. Bush, se mantiene intacto. Sus sistemas de inteligencia, sus contactos, sus fuentes de recursos, sus aviesos planes guerreristas, sus sueños de conquistas. No bastaban, sin embargo, el boicot ni la ironía para demostrarle al “negrito de la Casa Blanca” —como lo llamó el “Canciller” del gorilato hondureño— quién manda en el imperio. La situación de Honduras no es el resultado de la inofensiva encuesta popular que pretendía realizar el presidente Manuel Zelaya, sino la cruel expresión del tercer golpe de estado a la “democracia” del imperio norteamericano. Por tanto, el triunfo del pueblo hondureño será también el triunfo del pueblo norteamericano y del orden constitucional en ambas naciones.

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