Enrique Ubieta Gómez
I
Hay declaraciones que deben ser revisitadas una y otra vez hasta descubrir en ellas su sentido último. Cuando se trata de sucesos oscuros, sustentados en tramas secretas, como los golpes de estado (especialidad en la que los latinoamericanos han sido aventajados alumnos de la Escuela de las Américas), el comportamiento de la gran prensa –en lo que dice, en cómo lo dice, en las palabras que emplea y en lo que no dice--, es el hilo de Ariadna que puede conducir a la verdad. En la madeja noticiosa hay que descartar los pronunciamientos formales de los políticos, y evadir las tácticas dilatorias. ¿Por qué EFE y AFP, CNN y PRISA (El Nuevo Herald, en su versión miamense y El País, en su versión madrileña) y otros medios oficiosos, emplearon de inmediato la palabra “detención” y no “secuestro” para informar sobre la expulsión de Zelaya? Todos denunciamos ese primer escamoteo verbal de la verdad, que esclarecía sin embargo el verdadero sentimiento de los círculos de poder imperial. Ayer comenté un editorial de The Wall Street Journal, que arrojaba nuevas luces sobre aquel término, al que tuvieron que renunciar temporalmente los medios citados, para recuperarlo después del aluvión de “noticias” que criminalizaba directa e indirectamente al presidente depuesto por violar una “legalidad” antidemocrática, y que soslayaba las múltiples violaciones a la Constitución de los golpistas. El periódico norteamericano regañaba ayer a los militares, no por efectuar un golpe de estado, sino por no seguir el guión que –ahora aparece más claro--, tenían ya en su poder los medios de la gran prensa. El editorial era muy explícito en esto: “la ruta correcta era la de destituir a Zelaya y entonces detenerlo por violar la ley”. Los golpistas anunciaron enseguida que Zelaya sería detenido si regresaba a Honduras, y vienen preparando desde hace unos días los cargos que le serán imputados. Nadie debe dudar de la participación directa de sectores estadounidenses de poder en el golpe de estado y de la manipulación y conducción de su derrotero posterior. Si Goriletti se muestra desafiante ante la inútil e inexistente OEA, ello se debe única y exclusivamente a que el semáforo de su despacho –conectado a Washington, como es lógico--, tiene la luz verde de forma estable e intermitente, para que avance con cuidado. Aunque él sabe que según transcurran los acontecimientos, puede cambiar el color.
Hay declaraciones que deben ser revisitadas una y otra vez hasta descubrir en ellas su sentido último. Cuando se trata de sucesos oscuros, sustentados en tramas secretas, como los golpes de estado (especialidad en la que los latinoamericanos han sido aventajados alumnos de la Escuela de las Américas), el comportamiento de la gran prensa –en lo que dice, en cómo lo dice, en las palabras que emplea y en lo que no dice--, es el hilo de Ariadna que puede conducir a la verdad. En la madeja noticiosa hay que descartar los pronunciamientos formales de los políticos, y evadir las tácticas dilatorias. ¿Por qué EFE y AFP, CNN y PRISA (El Nuevo Herald, en su versión miamense y El País, en su versión madrileña) y otros medios oficiosos, emplearon de inmediato la palabra “detención” y no “secuestro” para informar sobre la expulsión de Zelaya? Todos denunciamos ese primer escamoteo verbal de la verdad, que esclarecía sin embargo el verdadero sentimiento de los círculos de poder imperial. Ayer comenté un editorial de The Wall Street Journal, que arrojaba nuevas luces sobre aquel término, al que tuvieron que renunciar temporalmente los medios citados, para recuperarlo después del aluvión de “noticias” que criminalizaba directa e indirectamente al presidente depuesto por violar una “legalidad” antidemocrática, y que soslayaba las múltiples violaciones a la Constitución de los golpistas. El periódico norteamericano regañaba ayer a los militares, no por efectuar un golpe de estado, sino por no seguir el guión que –ahora aparece más claro--, tenían ya en su poder los medios de la gran prensa. El editorial era muy explícito en esto: “la ruta correcta era la de destituir a Zelaya y entonces detenerlo por violar la ley”. Los golpistas anunciaron enseguida que Zelaya sería detenido si regresaba a Honduras, y vienen preparando desde hace unos días los cargos que le serán imputados. Nadie debe dudar de la participación directa de sectores estadounidenses de poder en el golpe de estado y de la manipulación y conducción de su derrotero posterior. Si Goriletti se muestra desafiante ante la inútil e inexistente OEA, ello se debe única y exclusivamente a que el semáforo de su despacho –conectado a Washington, como es lógico--, tiene la luz verde de forma estable e intermitente, para que avance con cuidado. Aunque él sabe que según transcurran los acontecimientos, puede cambiar el color.
II
Veamos los hechos desde otra perspectiva: los mecanismos tradicionales de la democracia representativa, construidos para producir el relevo formal de mandatarios ideológicamente afines al sistema, con diferencias de personalidad, o de encomienda, o de criterios de efectividad con respecto a políticas concretas, fue sucesivamente dinamitado en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras y recientemente en El Salvador. Cuando digo que fue dinamitado, no me refiero a que hayan sido violadas “las reglas democráticas”, sino al hecho inusitado de que esos mecanismos que habían funcionado de forma impecable durante siglos en la reproducción “consentida” de la explotación, empezaran a producir resultados adversos a ella. La llamada “alternabilidad” de la democracia representativa –de personas, no de tendencias--, debía funcionar en este caso como un correctivo natural: cuatro o cinco años después podría rectificarse el rumbo de algún presidente descarriado. ¿Qué pasa si la voluntad popular no se atiene al juego preestablecido y desconoce democráticamente “las reglas”? ¿qué pasa si a pesar del dinero y del empeño de la CIA y sus oligarcas nacionales, cuatro o cinco años más tarde el sistema no puede reponer en el poder a un representante de sus intereses?, ¿si lejos de funcionar el mecanismo correctivo, se multiplican y perpetúan los triunfos electorales de la izquierda?
Honduras es sin dudas una advertencia. Y un experimento. Si la democracia no sirve para garantizar los intereses del imperialismo y de las oligarquías nacionales, simplemente no sirve. La opción de las dictaduras militares de los 70 y 80 como respuesta a los “accidentes democráticos” como la victoria electoral de Salvador Allende (recuérdese que la guerra civil en España, el fascismo italiano y el nazismo alemán fueron respuestas a reales o posibles triunfos en las urnas de los comunistas europeos, y que “la guerra preventiva” de los neoconservadores responde a la misma lógica fascista) parecían temporalmente descartadas con la elección de Barack Obama. Demasiados muertos y desaparecidos viven en la memoria popular. Sin embargo, los neoconservadores, con amplios nexos en las estructuras militares y de espionaje de su país y del continente, estaban alarmados con el nuevo rumbo de América Latina, recientemente ratificado en el desplante de las Cumbres de Trinidad y Tobago y de Honduras. La estrategia entonces queda definida en las recomendaciones y los regaños de The Wall Street Journal: construir una “nueva” legalidad que permita transformar los golpes de estado, las intervenciones quirúrgicas del ejército, en “rectificaciones leguyelas”. Cuando las agencias oficiosas de prensa y los grandes medios hablaban en las primeras horas de detención, no usaban una palabra elegida al azar.
Veamos los hechos desde otra perspectiva: los mecanismos tradicionales de la democracia representativa, construidos para producir el relevo formal de mandatarios ideológicamente afines al sistema, con diferencias de personalidad, o de encomienda, o de criterios de efectividad con respecto a políticas concretas, fue sucesivamente dinamitado en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras y recientemente en El Salvador. Cuando digo que fue dinamitado, no me refiero a que hayan sido violadas “las reglas democráticas”, sino al hecho inusitado de que esos mecanismos que habían funcionado de forma impecable durante siglos en la reproducción “consentida” de la explotación, empezaran a producir resultados adversos a ella. La llamada “alternabilidad” de la democracia representativa –de personas, no de tendencias--, debía funcionar en este caso como un correctivo natural: cuatro o cinco años después podría rectificarse el rumbo de algún presidente descarriado. ¿Qué pasa si la voluntad popular no se atiene al juego preestablecido y desconoce democráticamente “las reglas”? ¿qué pasa si a pesar del dinero y del empeño de la CIA y sus oligarcas nacionales, cuatro o cinco años más tarde el sistema no puede reponer en el poder a un representante de sus intereses?, ¿si lejos de funcionar el mecanismo correctivo, se multiplican y perpetúan los triunfos electorales de la izquierda?
Honduras es sin dudas una advertencia. Y un experimento. Si la democracia no sirve para garantizar los intereses del imperialismo y de las oligarquías nacionales, simplemente no sirve. La opción de las dictaduras militares de los 70 y 80 como respuesta a los “accidentes democráticos” como la victoria electoral de Salvador Allende (recuérdese que la guerra civil en España, el fascismo italiano y el nazismo alemán fueron respuestas a reales o posibles triunfos en las urnas de los comunistas europeos, y que “la guerra preventiva” de los neoconservadores responde a la misma lógica fascista) parecían temporalmente descartadas con la elección de Barack Obama. Demasiados muertos y desaparecidos viven en la memoria popular. Sin embargo, los neoconservadores, con amplios nexos en las estructuras militares y de espionaje de su país y del continente, estaban alarmados con el nuevo rumbo de América Latina, recientemente ratificado en el desplante de las Cumbres de Trinidad y Tobago y de Honduras. La estrategia entonces queda definida en las recomendaciones y los regaños de The Wall Street Journal: construir una “nueva” legalidad que permita transformar los golpes de estado, las intervenciones quirúrgicas del ejército, en “rectificaciones leguyelas”. Cuando las agencias oficiosas de prensa y los grandes medios hablaban en las primeras horas de detención, no usaban una palabra elegida al azar.
III
¿Cómo se percibe a sí mismo el neo-golpismo latinoamericano? En Internet puede encontrarse fácilmente una entrevista con el asesor jurídico del jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército hondureño, coronel Herberth Bayardo Inestroza, un hombre que reconoce con orgullo haber combatido en los 80 a “los movimientos subversivos” de su país y que declara sin reparos cívicos que “difícilmente nosotros (se refiere al Ejército), con nuestra formación, podemos tener relación con un gobierno de izquierda. Eso es imposible”, aún si ese gobierno fue el elegido en las urnas por el pueblo. El periodista pregunta si cree viable el regreso de Zelaya al país y responde amenazante: “Imposible. Si él es inteligente no va a regresar a Honduras. Ya Chávez dijo que no venía a Honduras y dijo por qué, y ustedes lo saben: dijo que tenía temor a un francotirador”. ¿Y debería tener temor a un francotirador?, volvió a preguntar el periodista: “(Chávez) debe tener miedo, claro”, respondió. Es difícil aceptar la versión del “golpe democrático” que The Wall Street Journal quiere imponer, frente a este militar soberbio y cínico. El coronel Bayardo, por ejemplo, se muestra convencido de que Zelaya hubiese obtenido apoyo popular para la encuesta que se abriría el domingo: “Si esa encuesta de opinión se hubiera realizado el domingo, con el resultado ellos legitimaban el proceso, y a las 18 horas del mismo domingo 28 instalaban la Constituyente”. Según las instituciones que el coronel representa y defiende, paradójicamente, Zelaya estaba fuera de la ley (burguesa) y por lo tanto, el apoyo del pueblo, de las “turbas”, como llama a sus partidarios, era peligrosamente “antidemocrático”. Y ese convencimiento –que Zelaya contaba con apoyo popular--, es también lo que determina que rompa el guión imperial: “¿Qué era más beneficioso, sacar a este señor de Honduras o presentarlo al Ministerio Público y que una turba asaltara y quemara y destruyera, y que nosotros tuviéramos que disparar?”, declara. Lo que no impide por supuesto que reprima y dispare horas después a manifestantes desarmados. La nueva legalidad burguesa en Honduras no se detiene en minucias:
“Zelaya dice que con los soldados que entraron iban civiles encapuchados
No es cierto.
La canciller dice lo mismo. ¿Por qué procedieron contra la canciller? ¿También había orden de captura?
Sí, claro.
¿Y a ella de qué la acusaban?
Mejor diga de qué no la acusaban, porque qué no hizo esta gente…
¿Y dónde está esa orden de captura?
En su momento van a salir todas esas órdenes de captura”.
El golpe de estado en Honduras es un acto desesperado de la burguesía contra la democracia burguesa, es decir, contra un mecanismo que había dejado de funcionar como se esperaba. Es un golpe de estado contra el ALBA. ¿Qué sucederá en las próximas horas? A pesar del repudio internacional casi unánime, se aprecia la solapada simpatía de ciertos medios y de algunos analistas, se perciben los hilos ocultos que cruzan de un lado a otro por debajo de la mesa. No será la legalidad burguesa la que restaure a Zelaya. Lo hará el pueblo, con el apoyo de todos los pueblos. Son horas decisivas para el destino de América, la nuestra.
¿Cómo se percibe a sí mismo el neo-golpismo latinoamericano? En Internet puede encontrarse fácilmente una entrevista con el asesor jurídico del jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército hondureño, coronel Herberth Bayardo Inestroza, un hombre que reconoce con orgullo haber combatido en los 80 a “los movimientos subversivos” de su país y que declara sin reparos cívicos que “difícilmente nosotros (se refiere al Ejército), con nuestra formación, podemos tener relación con un gobierno de izquierda. Eso es imposible”, aún si ese gobierno fue el elegido en las urnas por el pueblo. El periodista pregunta si cree viable el regreso de Zelaya al país y responde amenazante: “Imposible. Si él es inteligente no va a regresar a Honduras. Ya Chávez dijo que no venía a Honduras y dijo por qué, y ustedes lo saben: dijo que tenía temor a un francotirador”. ¿Y debería tener temor a un francotirador?, volvió a preguntar el periodista: “(Chávez) debe tener miedo, claro”, respondió. Es difícil aceptar la versión del “golpe democrático” que The Wall Street Journal quiere imponer, frente a este militar soberbio y cínico. El coronel Bayardo, por ejemplo, se muestra convencido de que Zelaya hubiese obtenido apoyo popular para la encuesta que se abriría el domingo: “Si esa encuesta de opinión se hubiera realizado el domingo, con el resultado ellos legitimaban el proceso, y a las 18 horas del mismo domingo 28 instalaban la Constituyente”. Según las instituciones que el coronel representa y defiende, paradójicamente, Zelaya estaba fuera de la ley (burguesa) y por lo tanto, el apoyo del pueblo, de las “turbas”, como llama a sus partidarios, era peligrosamente “antidemocrático”. Y ese convencimiento –que Zelaya contaba con apoyo popular--, es también lo que determina que rompa el guión imperial: “¿Qué era más beneficioso, sacar a este señor de Honduras o presentarlo al Ministerio Público y que una turba asaltara y quemara y destruyera, y que nosotros tuviéramos que disparar?”, declara. Lo que no impide por supuesto que reprima y dispare horas después a manifestantes desarmados. La nueva legalidad burguesa en Honduras no se detiene en minucias:
“Zelaya dice que con los soldados que entraron iban civiles encapuchados
No es cierto.
La canciller dice lo mismo. ¿Por qué procedieron contra la canciller? ¿También había orden de captura?
Sí, claro.
¿Y a ella de qué la acusaban?
Mejor diga de qué no la acusaban, porque qué no hizo esta gente…
¿Y dónde está esa orden de captura?
En su momento van a salir todas esas órdenes de captura”.
El golpe de estado en Honduras es un acto desesperado de la burguesía contra la democracia burguesa, es decir, contra un mecanismo que había dejado de funcionar como se esperaba. Es un golpe de estado contra el ALBA. ¿Qué sucederá en las próximas horas? A pesar del repudio internacional casi unánime, se aprecia la solapada simpatía de ciertos medios y de algunos analistas, se perciben los hilos ocultos que cruzan de un lado a otro por debajo de la mesa. No será la legalidad burguesa la que restaure a Zelaya. Lo hará el pueblo, con el apoyo de todos los pueblos. Son horas decisivas para el destino de América, la nuestra.
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