domingo, 19 de julio de 2009

OTRO GOLPE A LOS POBRES


Saul Landau
Entre interminable “noticias” de las “pobres” víctimas del malvado estafador Bernie Madoff --¿le hubiera importado a alguien que algunas gentes hubieran derrochado $65 mil millones tratando de hacerse más ricos en Las Vegas?--, un alarmante titular de The New York Times del 5 de julio informa: “La Red de Seguridad se desgasta para los muy pobres”.
En el artículo de Erik Eckholm leemos que el paquete de estímulo de Obama ha amortiguado el impacto de la recesión para muchos de los pobres que trabajan, pero los más necesitados se han vuelto más miserables. Los estimados de los que carecen de vivienda, empleo y toda manutención básica llegan a los 3,5 millones.
Mientras que estafados por Madoff como Elie Wiesel se quejan constantemente de los millones perdidos por él y su organización de beneficencia, The Los Angeles Times reportaba que “funcionarios en el Centro Médico Presbiteriano de Hollywood, Kaiser Permanente de Los Ángeles Oeste y el Centro Médico Martin Luther King Jr./Drew habían dado de alta a pacientes, los habían puesto en taxis y los habían tirado a la calle en barrios bajos”. Los funcionarios de los hospitales argumentaron que solo el área más miserable del Sur de California tiene “una concentración de servicios sociales para los pacientes, incluyendo refugios para los sin casa y para programas de drogas y alcohol” (7 de abril de 2009.)
Noticias ABC transmitió un video de Carol Ann Reyes, de 63 años, “metida en un taxi por personal del Hospital Kaiser Permanente y botada en los barrios bajos, vestida tan solo con una bata de hospital y calcetines”. Regina Chambers, quien trabaja en la Misión de Rescate Unión, dijo que Reyes “estaba muy desorientada. Ella no sabía dónde estaba ni lo que hacía”.
Marveil Williams, otra de las víctimas, informó a ABC: “Me dijeron que tenía que marcharme del hospital y buscar dónde quedarme”. El reportero escribió: “Con los ojos y la cabeza aún inflamados, a Williams la tiraron a la puerta de la Misión de Rescate Unión en los barrios bajos”.
Otros hospitales del área también alejados del centro utilizaron prácticas similares. Funcionarios de la policía se quejaron de que “la práctica empeora las condiciones ya deprimentes de los barrios bajos. También cuestionaron el argumento de los hospitales de que los pacientes llevados a los barrios bajos estaban de alta” (24 de marzo de 2006).
Los administradores de hospitales insistieron en que expulsar a personas indigentes garantiza “los mejores intereses de los pacientes, porque los barrios bajos representan su mejor oportunidad de recibir los servicios de seguimiento que necesitan --así como alojamiento--, una vez que son dados de alta”. Mehera Christian, director de asuntos públicos de Kaiser Permanente de Los Angeles Metropolitano, cuyo hospital está a ocho millas al oeste del centro de la ciudad, dijo: “Hay muy pocos lugares en la comunidad para ayudar a nuestros sin casa” (L. A. Times, 7 de abril de 2009).
Desde noviembre pasado, el número de gente sin hogar ha crecido en California, mientras que el estado continúa reduciendo los beneficios y servicios a los pobres. En mayo, la Sra. A, una afro-norteamericana, se quejó a su trabajadora social de que había recibido $154 dólares menos en su cheque mensual de desempleo --lo que la dejó con $436 al mes. El alquiler era de $300. Ella había comenzado a “trabajar la calle” a los 12 años. Su abuela finalmente la recogió y pudo terminar la secundaria, casarse, tener hijos y trabajar en una serie de empleos sin calificación. Luego, ocho años más tarde, su novio le pegó fuego en un ataque de resentimiento, dejándola incapacitada para trabajar.
“¿Qué se suponía que yo hiciera si una mujer me llama a casa y me dice que es su esposa? Él lo admite y yo le digo que se marche y él se enfurece y me droga, y mientras yo estaba inconsciente me empapó en líquido para encendedores y me prendió fuego. Esa mierda puede despertarlo a uno”.
La Sra. A gana “dinero para el bus” por medio del reciclaje. Las cicatrices de las quemaduras son visibles en sus brazos y le cubren el torso. Pasa el día yendo a comedores de beneficencia repletos para obtener suficiente comida y visitar a su nuevo “novio” en un hogar de rehabilitación financiado por el estado, donde se recupera de una apoplejía. “No se puede hacer mucha vida social con $136 al mes”, dice con una sonrisa.
J., blanca y de 36 años, comienza el día inyectándose dos gramos de heroína “solo para ponerse bien”. Ella dice que quiere pasar a metadona y dejar la heroína, pero nunca le funciona. Todo comenzó hace 20 años, recuerda, cuando un proxeneta fingió que la amaba para engancharla y ponerla a trabajar. Una vez que se habituó, tuvo que trabajar para costear su uso diario, que ahora es de $200 dólares. Los gana brindado sexo oral y robando en tiendas. “Te robas una caja de detergente, encuentras un comprobante de venta en la acera o en la basura que concuerde con el precio de venta y la tienda te devuelve el dinero”, explica ella. “Después de varias horas dedicada a esto y un par de mamadas, tiene lo suficiente para comprar la droga”, dice una persona que la trata en una clínica gratuita.
Recientemente J. conoció a un conductor de autobús que le prometió pagarle $12 al día para que compre metadona. “Él realmente simpatiza conmigo. Quiere hacer negocios conmigo. ¿Sabe? Yo podría hacer arte gráfico”. Ella repite esta quimera de un hombre que “me salvará, me cuidará, me hará dejar la droga”.
Los abscesos de 20 años de inyecciones diarias le han dejado los brazos llenos de cavernosas cicatrices. Ella se aferra al sueño de que alguien llegará para salvarla. Pero carece de fuerza de voluntad para ir a la clínica de metadona y rescatarse ella misma.
Nan, una antigua profesora de escuela secundaria, sufre de síndrome de estrés post-traumático. Una estudiante la atacó con un cuchillo, pero no llegó a herirla. El incidente y los subsiguientes problemas mentales y emocionales la hicieron renunciar a la enseñanza. Recibió pagos de invalidez y luego obtuvo empleo en una panadería. Pero tuvo problemas con su jefe y también tuvo que abandonar ese empleo. De nuevo recibiendo compensación de desempleo, no le alcanzaba para pagar el alquiler de su apartamento. El pasado noviembre se quedó sin vivienda y ahora vive en un lugar apartado de las colinas de Oakland con su perro. Aún tiene acceso a una trabajadora social y a alguna ayuda psicológica, pero los presupuestos para estos programas están desapareciendo. Ella no tiene esperanza de conseguir un techo, especialmente con su único amigo, el perro. De maestra a mujer sin casa sin perspectivas visibles.
La gente que perdió millones o centenares de miles especulando con Madoff han generado la atención de los medios, lo cual no hubiera sucedido si pierden su dinero en un casino de Las Vegas. Los verdaderamente pobres siguen siendo marginales en todos los aspectos de la conciencia. Los vemos en calles del centro, pidiendo limosna, hablando consigo mismo, durmiendo o simplemente mirando al vacío.
En 1997 mi esposa y yo detuvimos nuestro auto en la Avenida Nebraska en el noroeste de Washington, D.C. Salíamos de la ciudad. Un hombre de unos treintitantos años estaba acostado en la acera y gemía. “Me caí. No pude seguir caminando”, dijo a mi esposa que es enfermera. Lo ayudamos a sentarse. Acababa de ser dado de alta del Hospital General del D.C., a pesar de que sufría de pancreatitis aguda. “Yo era abogado en ejercicio y dejé que me dominara la botella”, explicó durante los siguientes minutos. “Así que ahora estoy desempleado, no tengo casa ni familia, y los hospitales no mantienen a la gente más de un día”. Le dimos $20, paramos un taxi y le pedimos al conductor que lo llevara al refugio de los sin casa.
La mayoría de nosotros no quiere admitir lo evidente: sin la ayuda de Dios --o de la legislatura estatal-- esto podría pasarle a cualquiera. En respuesta a la recesión, la gente que se siente absolutamente segura de la gracia de Dios, miembros de las legislaturas estatales en casi la mitad de los estados han cortado de manera drástica los programas para los impedidos y los de la tercera edad, y han reducido también el presupuesto de las escuelas públicas. Los estados se encuentran endeudados en decenas de miles de millones.
En la década de 1960, California construyó universidades públicas, expandió los parques estatales e hizo más accesibles las bibliotecas. Pero los ricos no usan la educación, servicios de salud o transportación públicos, y tienen parques en sus propiedades.
La reducción de impuestos --mantra de la derecha--significa menos dinero para los servicios públicos. También significa más gente sin casa, más desempleados, más gente desesperanzada.
Es curioso los pocos miembros el Congreso que titubean antes de votar a favor de $800 mil millones para un sistema de guerra --perdonen, de defensa, que no nos defiende-- y guerras lejanas sin esperanzas. Sin embargo, los miserables de nuestro país, ni siquiera despiertan un poco de simpatía de parte de los periódicos --en comparación con los estafados por el inicuo de Madoff.

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