Enrique Ubieta Gómez
Es curioso el modo en que la contrarrevolución internacional asume el término de “pueblo” y juega a las mayorías como si de simples palabras se tratara. Mayorías a las que ningunea en la vida cotidiana. Leyendo unas letras del pequeño hijo del gran hombre y poeta que fue Eliseo Diego, a propósito del golpe en Honduras, me vino a la mente una frase de un comentarista de la prensa antichavista en Venezuela. Aquel señor exhortaba con vehemencia a “la gente” para que asistiera a las elecciones parlamentarias y votara contra el “oficialismo”. Su definición implícita de “gente” no podía ser más descriptiva: “El 4 de diciembre del 2005 el venezolano no debe ir para Margarita a relajarse, no se debería ir para Miami a comprar, no debería ir al gimnasio a ejercitarse, no debe de quedarse en casa viendo Globovisión o HBO, sino que debe trabajar por su país”. Es evidente que los venezolanos a quienes hablaba el autor no vivían en los cerros de Caracas. Para él la gente que contaba, era lo opuesto a los Juan Bimba, los pata-en-el-suelo, los tierrúos, los marginales, los monos, apelativos que según el lingüista venezolano Alberto Rodríguez Carucci han caracterizado a los pobres en el discurso tradicional de adecos y copeyanos.
¿Qué es el populismo?, ¿quiénes han sido sus representantes? Cualquier manual de historia puede esclarecerlo: los políticos burgueses como Carlos Andrés Pérez. Populistas eran los demagogos, y la demagogia –que no es otra cosa que doble moral, esa palabra que tanto usa la contrarrevolución para acusar a los demás--, fue durante la Guerra Fría un recurso desesperado de la burguesía, en países pobres y dependientes. Llegó entonces el momento soñado cuando “el otro mundo” (el socialista) se desmoronó, y los burgueses se percibieron como triunfadores absolutos. De la demagogia –francamente defensiva--, se pasó al cinismo arrogante, el de Bush y Aznar, al “bushaznarismo”. Nuestros contrarrevolucionarios ilustrados tomaron la seña y ya nunca más se autoproclamaron martianos. Prescindir de aquellas citas incómodas que hablaban de pobres y de monstruos de siete leguas y de dos Américas –la nuestra y la que no lo es--, fue un alivio. Entonces actuaron con la lógica de cualquier ladrón de barrio: todos los hombres y mujeres que “trabajan” para el pueblo, lo hacen en realidad para sí mismos; todos los que censuran a los ladrones son potenciales ladrones. El mundo es del color de mis ojos. Así que trasladaron a los viejos enemigos de clase la desgastada etiqueta del invento burgués. Hasta que el triunfo burgués no les pareció ya tan absoluto y aparecieron nuevos demagogos como Obama, pero este es ya otro cuento.
Creo que me desvié de tema. Quería decir que el supuesto o el real populista, en este caso da igual, parte de una premisa: lo que hace o dice –y aquí sí importa la diferencia--, es bien recibido por las mayorías. Por eso es tan complicado entender a los ideólogos de la burguesía cuando miden el apoyo o el rechazo de sus amigos y de sus enemigos. Y vuelvo al artículo de Diego Jr. Según su peculiar óptica, a Zelaya “más de media Honduras se le opuso”. Lo que en buen español significa que no era popular. Y si no lo era, ¿cómo podía ser calificado de populista?, y si no lo era, ¿por qué temerle a una consulta popular, incluso a su supuesta intención reeleccionista? Ah, pero es que “Mel Zelaya se montó en el burro de la tozudez y movilizó ‘al pueblo’”, agrega. ¿Por qué entrecomilla la palabra pueblo? ¿Será que, contrariamente al articulista venezolano, se refiere al vulgo, a la chusma, a los que no cuentan? Sospecho que cuando Diego Jr. habla en cambio de oposición generalizada, tiene en mente únicamente a “los que cuentan” en el país más pobre de América (en competencia con Haití). Diego Jr. habla de la gente de CNN. Hace tiempo que estoy tentado a revisar la posición que nuestra contrarrevolución ilustrada ha asumido en los últimos años frente a los más calientes tópicos de la política internacional. Por instinto de clase, están en contra de todo lo que Cuba apoye, y viceversa. Me temo que el resultado será desesperanzador: ellos parecen estar más a la derecha que el mismísimo jefe del imperio. Si se les mide por sus declaraciones, son más papistas que el Papa. Pero no es una diferencia real, la razón es sencilla: como buenos animales políticos, ellos no escuchan a Obama, sino a The Wall Street Journal. Ya los veremos retomar algunas frasecillas del Apóstol.
Obama en cambio sí que sabe hacer las cosas. Se abstiene de decir lo que la prensa debe decir. Así que The Wall Street Journal habla de un “golpe democrático” –recuerde el lector que Pinochet se ufanaba de que la suya era una “dicta-blanda”--, pero amonesta a los golpistas y les explica con paciencia pedagógica cómo deben actuar. “Hubiera sido más inteligente no mandar a Zelaya al exilio al amanecer”. “La ruta correcta –dice el periódico--, era la de destituir a Zelaya y entonces detenerlo por violar la ley”. Diego Jr. se esfuerza en su artículo por repetir cada una de las ideas del órgano rector, en una forma y lenguaje que parezcan personales. Otros camaradas suyos de bando (o de la banda) han sido más cuidadosos: ponen links en cualquier texto que siga las directrices y remiten al lector directamente a la prensa imperial. Pero lo cierto es que la legalidad burguesa, cuidadosamente construida para sostener y reproducir al capitalismo, está seriamente averiada. Hay que reinventarla, se dicen, porque lo que no puede suceder es que de pronto democracia sea de verdad eso que los libros dicen: el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
¿Qué es el populismo?, ¿quiénes han sido sus representantes? Cualquier manual de historia puede esclarecerlo: los políticos burgueses como Carlos Andrés Pérez. Populistas eran los demagogos, y la demagogia –que no es otra cosa que doble moral, esa palabra que tanto usa la contrarrevolución para acusar a los demás--, fue durante la Guerra Fría un recurso desesperado de la burguesía, en países pobres y dependientes. Llegó entonces el momento soñado cuando “el otro mundo” (el socialista) se desmoronó, y los burgueses se percibieron como triunfadores absolutos. De la demagogia –francamente defensiva--, se pasó al cinismo arrogante, el de Bush y Aznar, al “bushaznarismo”. Nuestros contrarrevolucionarios ilustrados tomaron la seña y ya nunca más se autoproclamaron martianos. Prescindir de aquellas citas incómodas que hablaban de pobres y de monstruos de siete leguas y de dos Américas –la nuestra y la que no lo es--, fue un alivio. Entonces actuaron con la lógica de cualquier ladrón de barrio: todos los hombres y mujeres que “trabajan” para el pueblo, lo hacen en realidad para sí mismos; todos los que censuran a los ladrones son potenciales ladrones. El mundo es del color de mis ojos. Así que trasladaron a los viejos enemigos de clase la desgastada etiqueta del invento burgués. Hasta que el triunfo burgués no les pareció ya tan absoluto y aparecieron nuevos demagogos como Obama, pero este es ya otro cuento.
Creo que me desvié de tema. Quería decir que el supuesto o el real populista, en este caso da igual, parte de una premisa: lo que hace o dice –y aquí sí importa la diferencia--, es bien recibido por las mayorías. Por eso es tan complicado entender a los ideólogos de la burguesía cuando miden el apoyo o el rechazo de sus amigos y de sus enemigos. Y vuelvo al artículo de Diego Jr. Según su peculiar óptica, a Zelaya “más de media Honduras se le opuso”. Lo que en buen español significa que no era popular. Y si no lo era, ¿cómo podía ser calificado de populista?, y si no lo era, ¿por qué temerle a una consulta popular, incluso a su supuesta intención reeleccionista? Ah, pero es que “Mel Zelaya se montó en el burro de la tozudez y movilizó ‘al pueblo’”, agrega. ¿Por qué entrecomilla la palabra pueblo? ¿Será que, contrariamente al articulista venezolano, se refiere al vulgo, a la chusma, a los que no cuentan? Sospecho que cuando Diego Jr. habla en cambio de oposición generalizada, tiene en mente únicamente a “los que cuentan” en el país más pobre de América (en competencia con Haití). Diego Jr. habla de la gente de CNN. Hace tiempo que estoy tentado a revisar la posición que nuestra contrarrevolución ilustrada ha asumido en los últimos años frente a los más calientes tópicos de la política internacional. Por instinto de clase, están en contra de todo lo que Cuba apoye, y viceversa. Me temo que el resultado será desesperanzador: ellos parecen estar más a la derecha que el mismísimo jefe del imperio. Si se les mide por sus declaraciones, son más papistas que el Papa. Pero no es una diferencia real, la razón es sencilla: como buenos animales políticos, ellos no escuchan a Obama, sino a The Wall Street Journal. Ya los veremos retomar algunas frasecillas del Apóstol.
Obama en cambio sí que sabe hacer las cosas. Se abstiene de decir lo que la prensa debe decir. Así que The Wall Street Journal habla de un “golpe democrático” –recuerde el lector que Pinochet se ufanaba de que la suya era una “dicta-blanda”--, pero amonesta a los golpistas y les explica con paciencia pedagógica cómo deben actuar. “Hubiera sido más inteligente no mandar a Zelaya al exilio al amanecer”. “La ruta correcta –dice el periódico--, era la de destituir a Zelaya y entonces detenerlo por violar la ley”. Diego Jr. se esfuerza en su artículo por repetir cada una de las ideas del órgano rector, en una forma y lenguaje que parezcan personales. Otros camaradas suyos de bando (o de la banda) han sido más cuidadosos: ponen links en cualquier texto que siga las directrices y remiten al lector directamente a la prensa imperial. Pero lo cierto es que la legalidad burguesa, cuidadosamente construida para sostener y reproducir al capitalismo, está seriamente averiada. Hay que reinventarla, se dicen, porque lo que no puede suceder es que de pronto democracia sea de verdad eso que los libros dicen: el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
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